(Back To Godhead, #13-04, 1978)
Un año después de la partida de Srila Prabhupada, varios de sus discípulos compartieron los siguientes recuerdos personales.
Damodara Dasa: La primera vez que vi a los devotos cantando fue el 16 de octubre de 1966. Estaban en el parque Tompkins, en Nueva York. Inicialmente, me sentí cautivado por la danza. Sin embargo, unos minutos después noté la presencia de Srila Prabhupada. Estaba sentado discretamente en el suelo, en la orilla del círculo de los bailarines, marcando el ritmo con un pequeño tambor, permitiendo que los hippies extravagantes del Lower East Side fueran el centro de atención. Sus ojos estaban cerrados y su ceño estaba fruncido, y cantaba con gran intensidad, sin preocuparse por la opinión mundana de las personas. Después de una hora aproximadamente, se levantó y habló acerca de la filosofía de la conciencia de Krishna. Su voz era firme, y la claridad de pensamiento era impresionante – y aun así, mantenía una actitud humilde. Su ejemplo de fe y humildad me conmovieron. Él era loable, pero no estaba buscando ningún elogio. Su conocimiento acerca de Dios le hacía verse a sí mismo como alguien muy pequeño, y debido a ello, él era grandioso. Era fácil darse cuenta desde el principio.
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Srutirupa Devi Dasi: Srila Prabhupada era un cocinero experto. “Aprendí observando”, solía decirnos. Recuerdo que una vez se estaba quedando en su templo de Bombay, y yo estaba ayudando a otra chica, Palika, a cocinar para él. Era diciembre de 1976. Cada día, Srila Prabhupada tomaba su comida principal a la una y media de la tarde, que consistía en pequeñas cantidades de platos vegetarianos hindúes muy bien preparados. Para poder cocinar todos los platos (aproximadamente once preparaciones), Palika y yo teníamos que empezar a cocinar a las once de la mañana, y siempre acabábamos en el último minuto. Y eso que cocinábamos bastante rápido.
Entonces, un día Srila Prabhupada vino a la cocina y nos dijo que iba a prepararlo todo en cuarenta y cinco minutos. Su médico le había dicho que no podía recibir ninguna visita aquel día, así que disponía de tiempo para hacerlo. Teníamos una olla de tres niveles que él mismo había diseñado, y puso todo lo necesario para la comida en ella. Colocó el dhal (sopa de legumbres picante) en el último nivel. En el segundo nivel puso el arroz y varios tipos de verduras. Y en el primer nivel colocó más verduras. Entonces puso todo en el fuego. De esa forma, tuvo todos los ingredientes necesarios al mismo tiempo. (Palika y yo habíamos intentado usar esa olla también, pero sólo conseguíamos cocinar tres preparaciones al mismo tiempo. Cocinábamos las demás en ollas separadas). Así pues, cuando Srila Prabhupada tuvo todo en marcha, se giró y nos dijo: “Ahora tomaros un descanso de cuarenta y cinco minutos”. Nos quedamos pasmadas.
Cuarenta y cinco minutos después regresamos y todo estaba casi listo. Srila Prabhupada condimentó todas las preparaciones e hizo algunos chapatis (panes planos redondos), y así finalizó una comida gourmet completa para cuatro personas. En la mesa había un plato con dulces de leche que un devoto había traído de América. Como toque final, Srila Prabhupada puso algunos dulces en cada plato y dijo: “Por eso mi misión tiene tanto éxito, ¿no os parece?”.
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Govinda Devi Dasi: Hace unos años en Hawai, tuvimos un problema: nuestra planta enorme de Tulasi, de más de 2 metros de altura, estaba desbordando la entrada del templo. [Tulasi es una planta que las escrituras védicas describen como sagrada.] Le preguntamos a Srila Prabhupada si deberíamos podar las ramas, pues los invitados debían agacharse para poder entrar. Srila Prabhupada se rio, pues le pareció bien que las personas se curvaran para entrar al templo de Krishna. Nos dijo que debíamos atar algunas ramas entre sí, pero nos advirtió que no las cortáramos.
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Ravindra Svarupa das: Las escrituras nos enseñan que los devotos adoran al maestro espiritual como si fuera Dios, pero el maestro espiritual se considera apenas un humilde sirviente del Señor. “¡Qué absurdo!”, proclaman los escépticos. “Nadie puede permanecer humilde si lo adoran”. Eso es porque no conocieron a Srila Prabhupada.
Una vez, me encontraba con un gran grupo de devotos que acompañaron a Srila Prabhupada al aeropuerto J.F. Kennedy para despedirlo. Él se sentó en la zona de embarque, mientras los demás nos agrupamos a su alrededor, sentándonos a sus pies de loto. Estábamos ansiosos por aprovechar los últimos minutos de asociación con Srila Prabhupada. Él habló suavemente, y nosotros escuchamos con atención. Dos personas abanicaban a Srila Prabhupada. Nos hubiéramos quedado allí para siempre.
Pero entonces me di cuenta que algunos funcionarios de la aerolínea se estaban enfadando. Algunos de los pasajeros del vuelo no podían acceder a la zona de embarque debido a la multitud reunida. Teníamos que irnos del lugar, pero los funcionarios no conseguían convencernos para que abandonáramos nuestro lugar a los pies de loto del representante de Dios. Entonces fueron a hablar con Rupanuga, uno de nuestros líderes. Se produjo una discusión bastante intensa. Mientras tanto, Srila Prabhupada había parado de hablar; se escuchó el sonido de los tambores y los címbalos, y el mantra Hare Krishna invadió el ambiente. Los funcionarios se desesperaron.
De repente, Rupanuga se puso de pie en una silla, colocó las manos alrededor de la boca, y comenzó a gritar con toda la autoridad que poseía, que era bastante. Todos se detuvieron, asombrados. “¡Todos los devotos han de marcharse!”, ordenó. “¡Salid de aquí inmediatamente!”.
Todos permanecimos sentados por un momento, sorprendidos por la interrupción repentina de estas órdenes ensordecedoras. Pero Srila Prabhupada se puso de pie en seguida, buscando de manera obediente una forma de salir del área de embarque.
“¡Usted no, Srila Prabhupada!”, dijo Rupanuga. Me puse muy feliz al ver la forma en que Srila Prabhupada nos había revelado su mente: a pesar de que lo estábamos adorando como a Dios, él se consideraba una persona ordinaria, y por eso había obedecido humilde y prontamente la orden de su siervo.
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