Cuando Prabhupada salió del templo, los devotos que esperaban entusiastas fuera, gritaron «¡Jaya, Srila Prabhupada!», ofreciendo reverencias y una guirnalda.
Sonriente y modesto, les devolvió el saludo diciendo «¡Jaya, Hare Krishna!». Los pocos privilegiados que fueron con él a caminar, se arremolinaron a su alrededor, mientras él salía del templo por la puerta, en dirección al Camino Chattikara.
Dirigiéndonos hacia el Oeste, hacia la campiña, más allá del límite de la aldea de Vrindavana, caminamos exactamente por media hora. Al llegar a una solitaria casa llamada «Moda Place» dimos la vuelta y emprendimos el camino de vuelta. El ritmo de Prabhupada es sorprendentemente intenso y suave a la vez, y al final teníamos que esforzarnos por alcanzarlo.
Exactamente a las siete y media, entró al templo por la puerta lateral y esperó pacientemente mientras los pujaris se estiraban para mover las inmensas puertas de madera, en cada uno de los tres altares. Las caracolas sonaron, anunciando a los feligreses la inminente aparición de las Deidades. Las cortinas se abrieron y las plegarias a Govinda resonaron por el altavoz. Srila Prabhupada, seguido por todos los devotos, ofreció sus postradas reverencias, primero a su Guru Maharaja, Srila Bhaktisiddhanta Sarasvati y a Sus Señorías Sri Sri Gaura-Nitai, luego a los dos hermanos como la luna Sri Sri Krishna-Balarama, y finalmente a las brillantes formas de Sri Sri Radha-Syamasundara.
Luego de tomar un poco de charanamrita, Prabhupada cruzó la sala de mármol blanco y negro, y subió por la escalinata hacia su vyasasana tallada en mármol. Después de sentarse, flanqueado por leones ornamentales, los devotos ofrecieron el guru-puja. Cantando las plegarias, «sri guru charana padma…», cada devoto se adelantó a ofrecer una flor a sus pies de loto e inclinarse ante él. Todos saborearon la oportunidad de glorificar a Srila Prabhupada en persona. Es un acto diario de sumisión humilde y afirmación de nuestra consagración absoluta a su servicio, y un recuerdo a nuestras mentes fluctuantes de que sin él, no somos nada.