Al terminar el kirtana, Harikesa se adelantó para acercar el micrófono a Prabhupada. La voz de Prabhupada sonó en los altavoces: «¡Jaya om visnupada paramahamsa parivrajakacarya astottara-sata sri srimad bhaktisiddhanta sarasvati gosvami maharaja prabhupada ki jaya!».
Los devotos inclinaron, tocando el suelo con sus cabezas en señal de reverencia a la sucesión discipular, el Pañcha-tattva, los santos dhamas, los vaishnavas y todos los devotos reunidos.
A continuación, Harikesa le alcanzó a Prabhupada sus karatalas. Nos sentamos a escuchar y responder a la voz melodiosa y dulce de Prabhupada mientras este glorificaba a Sri Sri Radha-Madhava:
Jaya Ra-dha Ma-dha-vaaah, kunjavi ha-ri,
gopi janabal-la-bhan-girivaradha-ri,
Jasodanandana brajajana ranjana,
jamuna tii-raaa banachaa-ri
Sus ojos estaban cerrados y su rostro denotaba la intensidad de su meditación en los objetos de su amor y adoración en los bosquecillos de Vrindavana, en las orillas del río Yamuna.
Le infundió un nuevo significado y frescura a la canción, aunque la canta todos los días antes de la clase. Sus karatalas de metal sonaban, marcando el ritmo, y las voces de los devotos respondían. Al llegar a un crescendo que colmaba el corazón, las karatalas dieron sus tres últimos tañidos metálicos, dung, dung, dung, y todos se arrodillaron con las cabezas en el suelo mientras Prabhupada volvía a recitar las plegarias prema-dhvani.
Harikesa volvió a saltar, retiró las karatalas de Prabhupada y colgó rápidamente un pequeño micrófono alrededor de su cuello, el extremo del cual fue conectado al enchufe del grabador a cinta marca Uher que él llevaba desde el paseo de la mañana. Le alcanzó a Srila Prabhupada el Bhagavatam, una edición sánscrito-hindú que contiene los comentarios de diferentes acharyas, la cual Prabhupada emplea en su trabajo nocturno de traducción. El libro estaba en la página correspondiente y Srila Prabhupada deslizó con cuidado los lentes en su rostro.