Por Vaisesika Dasa
(https://vaisesikadasa.com)

Cierta vez, mi esposa y yo nos quedamos en casa de su amiga. Sabíamos que le gustaba coleccionar ropa, pero nos asombramos al ver armarios llenos de ropa nueva (muchas prendas aún conservaban las etiquetas) y cajas llenas de zapatos sin usar.

Resulta que la amiga de mi esposa estaba obsesionada con encontrar la chaqueta ideal o el par de zapatos perfecto. Estaba segura de que, si los encontraba, su imagen social estaría en orden y sentiría felicidad. Lamentablemente, cuando llegaba a casa con ropa nueva, ninguna prenda parecía quedarle del todo bien. De esta manera, continuaba acumulando prendas en busca del atuendo perfecto. 

En su momento, la congoja de nuestra amiga me pareció rara y me costó entenderla. Me olvidé de ella hasta que, hace poco tiempo, tuve que ir a comprarme unos zapatos nuevos. No sólo me acordé de ella, si no que entendí su condición.

El vendedor me trajo los zapatos que había elegido en mi talla. Yo tenía un poco de prisa, así que estaba determinado a entrar a la tienda, tomar los zapatos e irme sin gastar más tiempo ni dinero. Pero en un segundo, mi plan se echó a perder: el vendedor apareció con dos cajas en las manos y me preguntó, «¿Amarillo o azul?» Yo respondí, «Amari… ¡No, azul!» Es como si me hubieran separado la mente en dos al darme dos opciones. Finalmente me llevé el par amarillo, pero en el camino a casa pensé, «Debería haberme llevado los azules».

Me sorprendió mi nivel de ansiedad al enfrentarme a una decisión tan simple. ¿Por qué era importante de qué color me los compraba? ¿Por qué me cuestionaba mi decisión final? De repente, me identifiqué con nuestra amiga compulsiva.

Como seres espirituales habitando cuerpos materiales, entramos en conflicto a la hora de tomar decisiones materiales en la medida en que nos identifiquemos con nuestros cuerpos materiales temporales.

En el Bhagavad-gita 2.22, Krishna dice, «Así como una persona se pone ropa nueva y desecha la vieja, así mismo el alma acepta nuevos cuerpos materiales, desechando los viejos e inservibles».

En otras palabras, nuestros cuerpos materiales y las circunstancias temporales de nuestra vida se parecen a la ropa y a los zapatos en la casa de nuestra amiga; y nuestra ansiedad (o el hecho de cuestionarme de qué color comprarme los zapatos) se eleva cuando intentamos encontrar la combinación perfecta de cosas que nos harán felices. 

Cuando buscamos satisfacción afuera de nosotros, sta insatisfacción nos quema por dentro. Un santo de la antigüedad escribió:

En este mundo material, cada materialista desea alcanzar la felicidad y disminuir su angustia, y actúa en consecuencia. No obstante, somos felices en la medida en que no nos esforzamos por serlo; tan pronto como llevamos a cabo actividades para ser felices, nuestra angustia aumenta.

Cuando buscamos ser felices con cosas, la brecha que hay entre nosotros y la felicidad verdadera aumenta más que nunca. Pero cerrar esta brecha es más fácil de lo que pensamos.

El secreto es sencillo: servicio desinteresado

En su libro Cómo dejar de preocuparse y empezar a vivir (How to stop worrying and start living), Dale Carnegie explica cómo salir de las profundidades de la depresión. «Haz algo bueno por otra persona», recomienda. «En el momento en el que piensas en realizar algún servicio desinteresado, no solo superas la ansiedad, sino que también creces». 

Cuando damos, crecemos y disfrutamos sin límites. Y cuando servimos a la fuente divina, ese servicio nos nutre desde dentro, tal como al regar la raíz de un árbol se nutre el árbol entero. Los Vedas, los libros de sabiduría suprema, dicen que nuestra fuente divina, el origen de todo, incluyendo nosotros mismos, es personal. Al ofrecer servicio a esta fuente divina personal, nuestro servicio no solo se perfecciona, si no que saboreamos felicidad ilimitada.

En la época en la que vivía en el monasterio, un día estaba excepcionalmente hambriento. Cuando sonó la campanilla del almuerzo, corrí al comedor muy contento. No obstante, cuando llegué, vi que uno de los monjes encargado de servir la comida no había venido. Sabía que me tocaba sustituirlo, pero ¡tenía mucha hambre!

Recordando las palabras de mi guru, «el servicio desinteresado satisface al alma hambrienta», cedí y asumí mi deber de servir el almuerzo a los otros monjes. Tan pronto como tomé esa decisión, sentí que había hecho lo correcto. Y cuanto más servía a los otros monjes hambrientos, no solo me olvidaba de mi hambre si no que también sentí que mi mente estaba satisfecha; incluso feliz. 

Este servicio se llama bhakti-yoga, el yoga del amor y la gratitud.

Cuanto más bhakti-yoga practicamos, más aumenta nuestra capacidad de servir y saborear la felicidad tangible.

1 comentario

  1. Es hermoso compartir tiempo con los devotos, me lleno de energía !
    Hare Krisna

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