Ravindra Svarupa Dasa

Las plagas en Egipto, la zarza que ardía sin consumirse, el libro preservado eternamente en el cielo… Son muchas las incursiones de Dios en la historia de la humanidad. ¿Què nos enseña la literatura védica acerca de este tema?

En todo el mundo podemos encontrar el tipo de literatura llamada “Escritura”. Estas obras nos cuentan un tipo particular de historia. Nos cuentan aquellas ocasiones extraordinarias en las que el divino penetró nuestro mundo, y en las que nuestros reducidos tiempo y espacio abrigaron, durante un tiempo, lo eterno e infinito. Los testigos de estas incursiones, completamente transformados por lo que vieron, se sintieron obligados a derramar sus narraciones singulares y poderosas sobre los oídos indiferentes y no creyentes del mundo. Y tan solo porque esos testigos fueron tan transformados, otros escucharon y también se transformaron.

A partir de esos relatos de las escrituras, vemos que el divino adviene de varias formas. En el Pentateuco, por ejemplo, Dios básicamente se adentra en nuestro mundo a través de actos maravillosos de poder divino: infecta a los egipcios con sapos y moscas, piojos y langostas, transforma su río en sangre y extermina la vida de sus primogénitos. Libera a Su pueblo abriendo el Mar Rojo y para guiarlos a través del desierto, presenta ante sus ojos una nube de humo durante el día y un pilar de fuego durante la noche.

Ocasionalmente, Dios se coloca especialmente cerca, aunque permanezca, mismo así, como una presencia formidable e incomprensible tras el velo fenoménico. Su proximidad hace que la naturaleza hierva y explote; parece que en cualquier momento Él mismo explotará a través de una cortina de naturaleza y emergerá completamente sobre el palco; pero nunca lo hace. Cuando Dios apareció por primera vez ante Moisés, un arbusto se quemaba furiosamente sin consumirse, mientras Moisés, temeroso, evitaba fijar su vista sobre el mismo.

Moisés frente a la zarza que ardía sin consumirse.

Cuando el Señor adviene sobre la cima del Monte Sinaí, la ladera tiembla, y una densa nube, matizada de fuego, perturba y truena alrededor del pico oculto. Moisés desaparece dentro de la nube a fin de conversar largamente con Dios. Entonces relata que apenas pudo ver la espalda del Señor alejándose, sin haber visto jamás Su rostro.

Otro ingreso celebrado del divino en nuestro mundo todavía más severamente restringido: Mahoma, hijo de Abdullah, mientras meditaba durante el calor del Ramadán en el monte Hira, fuera de la Meca, escuchó la orden de una voz magnífica: “¡Lee!”. “No se leer”, fue su aterrorizada respuesta. Nuevamente: “¡Lee!”. La misma respuesta de nuevo. La voz, ahora más terrible todavía, ordena una tercera vez: “¡Lee!”. Mahoma responde: “¿Qué debo leer?”. La voz dice: “Lee, en nombre de tu Señor que te creó. Creó un hombre a partir de un coágulo. Lee, pues tu Señor, el más bondadoso, aquel que enseñó con el cálamo, enseñó al hombre aquello que no sabía”.

Líder musulmán recita el Corán en árabe, la lengua en la que fue revelado originalmente.

De esta forma, la primera de muchas “lecturas” se manifestó en la Tierra. Juntas constituyen el Qur’an (Corán), entregado a Mahoma, el mensajero de Dios, por Gabriel, el emisario de Dios, “que permanecía suspendido entre el cielo y la tierra, y quien abordó y llegó tan cerca como la medida de dos arcos, o incluso más cerca”. Sus encuentros son el canal a través del cual el Qur’an, “preservado eternamente en la tabla del cielo”, adviene a la Tierra. En este caso, Dios no entra personalmente en nuestro reino mundano, si no que lo hace en la forma de Su palabra trascendental, que se manifiesta a Su voluntad.

Aquí, la palabra de Dios adviene al mundo. El Nuevo Testamento, sin embargo, habla acerca de un advenimiento en el que “la Palabra se convirtió en carne”. La naturaleza divina se corporifica en la persona humana de Jesucristo, el Hijo de Dios.

Jesus, representado por Robert Powel, en la película Jesús de Nazaret, dirigida por Franco Zeffirelli.

Jesús declara: “Yo descendí del cielo, no para realizar mi voluntad, si no la voluntad de Aquel que me envió”, y confiesa: “De manera autónoma no puedo hacer nada”. De esta forma, Jesús se revela como un siervo eterno de Dios, diciendo: “Mi Padre es mayor que yo”. Sin embargo, porque él está rendido a Dios sin reservas, Dios se manifiesta en él para nosotros: “Las palabras que os digo no las digo yo mismo, si no el Padre, que está en mí, y que ejecuta las obras. Creed que estoy en el Padre, y que el Padre está en mí”. La persona de Jesús, por lo tanto, es en sí misma la revelación de Dios: “Aquel que me vio, vio al Padre”, pues “yo y el Padre somos uno”.

Como las diferentes escrituras reportan advenimientos divinos tan ampliamente diferentes y nos conducen a la rendición a Dios bajo diferentes nombres (Jehová, Alá, Jesús, y así por delante), y porque los seguidores de una escritura tienden a condenar a los seguidores de todas las demás escrituras como infieles o paganos o herejes, muchas personas se sorprenden o se disgustan. La religión, de esta forma, no es muy bien recibida por las personas en general. Las personas se preguntan: “Si hay un Dios, ¿por qué se manifiesta de diferentes maneras para entregar diferentes instrucciones?”.

Hay una respuesta a esa pregunta en otra escritura, el Bhagavad-gita. Esta canción (gita), fue cantada por Dios (bhagavan) durante Su advenimiento a la Tierra, cinco mil años atrás. El Señor (conocido como Krishna, “el todo atractivo”) se dirige a Su amigo y discípulo Arjuna: “En la medida en que todos ellos se entregan a Mí, Yo los recompenso. Todo el mundo sigue Mi sendero en todos los aspectos, ¡oh, hijo de Pritha!” (Bhagavad-gita 4.11).

Considerada como una respuesta al problema de la diversidad religiosa, esta declaración nos conduce juiciosamente entre los extremos. Por un lado, evita aquellas formas de sectarismo que conceden los derechos de autor exclusivos sobre Dios a una tradición religiosa en particular: “Todos siguen Mi camino bajo todos los aspectos”. Por otro lado, rechaza el sentimentalismo que endosa, sin ningún juicio crítico, toda y cualquier forma de espiritualidad.

En realidad, Krishna ofrece un principio mediante el cual podemos discriminar entre ellas: “En la medida en que todos se rinden a Mi, Yo los recompenso”.

La palabra sánscrita traducida aquí como “recompenso” (bhajami), tiene un rico significado. Está formada a partir de una palabra que significa fundamentalmente “distribuir”, “compartir con”. Pero frecuentemente, sin embargo, significa “servir con amor”, o, en un sentido más vago, “adorar”. De esta forma, vemos que Krishna está estableciendo un principio de reciprocidad. Dios reciproca con nosotros distribuyéndose a Sí mismo (revelándose) proporcionalmente en la medida en que nosotros nos rendimos a Él.

La “recompensa” de Dios, por lo tanto, puede ser cualquier respuesta dentro de la jerarquía de respuestas a lo largo del camino progresivo del servicio divino. En la parte más baja de este camino, por ejemplo, una persona puede servir fielmente a Dios a cambio del logro de bendiciones materiales. Dios reciproca otorgándole su deseo. Aunque el adorador disfrute apenas de un beneficio material y temporal (no espiritual y eterno), acepta su recompensa como reciprocidad divina (pues para él es trata de una revelación de Dios), y su fe se fortalece y lo mantiene en el camino de la devoción. En cuanto a aquellos devotos avanzados que no desean nada material o espiritual a cambio del servicio que ofrecen de todo corazón, Krishna los recompensa de forma diferente: Él se revela enteramente y, en un intercambio dulce e íntimo, sirve a los devotos de la misma manera en que los devotos lo sirven a Él.

Dios declara: “Todos siguen Mi camino”. Como hay un Dios, hay una religión: el servicio devocional a Dios en completa rendición. No debemos desorientarnos por las designaciones sectáreas. Aunque el “Islam”, por ejemplo, sea una palabra utilizada para indicar una comunidad sectaria o su fe, el término al islam en sí mismo no es exclusivo o particular, si no que simplemente significa “la sumisión” o “la rendición”. Esta religión única, verdadera, esencial y universal también es indicada por Jesús. Cuando se le solicitó que citara el mandamiento de ley más grandioso, él respondió, citando el Pentateuco: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente”.

De modo similar, el Señor Krishna indica la religión esencial al final del Bhagavad-gita. Habiendo examinado muchos procesos espirituales (trabajo piadoso, rituales religiosos, meditación yóguica, adoración a los semidioses, discriminación filosófica entre materia y espíritu) y habiendo mostrado que éstos no son más que escalones en el camino a la devoción completa a Dios, como conclusión Krishna nos invita a ir directamente a este punto. “Abandona todas las variedades de religiones”, incita a Arjuna, “y tan sólo entrégate a Mí” (Bhagavad-gita 18.66)

Krishna habla el Bhagavad-gita a Arjuna.

Sin embargo, como somos (en varios niveles) resistentes al llamado divino de la completa rendición, Dios permite que avancemos gradualmente, instruyéndonos y revelándose en la medida en que nuestra disposición al servicio o, lo que es lo mismo, en la medida en que nuestra pureza espiritual lo permite. Así, el elemento de la relatividad se adentra en la interacción divino/humano permitiendo que surjan la variedade de religión. En todo caso, sin embargo, el fundador de la religión es Dios y nadie más. Como el Srimad-Bhagavatam (una escritura sobre la cual hablaremos más adelante) nos dice, dharmam tu saksad bhagavat-pranitam(6.3.19): “La Suprema Personalidad de Dios es quien dicta los verdaderos principios religiosos”.

Dios adviene con este propósito muchas veces. Krishna anuncia el principio general que gobierna Su entrada a este mundo: “Cuando quiera y dondequiera que haya una declinación en la práctica religiosa, ¡oh, descendiente de Bharata!, y un aumento predominante de la irreligión, en ese entonces Yo mismo desciendo. Para redimir a los piadosos y aniquilar a los infieles, así como para restablecer los principios de la religión, Yo mismo aparezco milenio tras milenio” (Bhagavad-gita4.7-8).

Ningún tiempo y ningún lugar tiene el monopolio sobre la auto-revelación de Dios. Dios viene cuando lo cree necesario, siempre con la misma misión: reparar y restaurar el camino de la religión devastado por el tiempo, cubierto de maleza y corroído por la negligencia y el abuso. De esta forma, el Señor no sólo establece la religión en la Tierra, si no que retorna repetidamente como su incesante mantenedor.

Así que no necesitamos alarmarnos frente al número y variedad de apariciones de Dios que se relatan en las escrituras reveladas del mundo. Respondiendo gratamente a la bondad divina, debemos aspirar a una perspectiva inclusiva y abierta, comprendiendo cada advenimiento particular de Dios de acuerdo con el principio de que la revelación es reciprocada por la rendición.

Podemos buscar ayuda para esta diligencia en el Srimad-Bhagavatam. Tanto elBhagavad-gita como el Srimad-Bhagavatam fueron revelados a la Tierra durante el período del advenimiento de Krishna cinco mil años atrás, y juntos poseen una posición distinta en la vasta biblioteca hindú de sabiduría espiritual, la literatura védica. El Srimad-Bhagavatam, “la escritura post-graduada”, transmite la última palabra en conocimiento védico, y el Bhagavad-gita transmite específicamente las instrucciones que prepararán al individuo para abordar el Srimad-Bhagavatam.

La literatura védica, en su universalidad, provee algo para el avance de todos en el camino espiritual. El Srimad-Bhagavatam compara los Vedas a un “árbol de los deseos”, el árbol celeste cuyos ramos producen toda variedad de frutas. Con el tiempo, cuando los seguidores de los Vedas se confundieron con esta diversidad y perdieron de vista el verdadero propósito de las enseñanzas védicas, el autor de losVedas (el propio Dios), advino y entregó Su Gita. Allí, tal y como hemos mencionado, Él repasa todas las prácticas védicas y, con Su autoridad, restablece la conclusión védica final: “Abandona todas las variedades de religiones y tan sólo entrégate a Mí”.

Al aceptar esta instrucción, nos volvemos aptos para el Srimad-Bhagavatam, tal como indica el preludio de la misma obra: “Rechazando por completo todas las actividades religiosas que tienen motivaciones materiales, este Bhagavata Purana expone la verdad más elevada que existe, y que entienden aquellos devotos cuyo corazón está totalmente puro” (1.1.2). El Srimad-Bhagavatam es, por lo tanto, “el fruto maduro de las Escrituras védicas, las cuales son como un árbol de los deseos” (1.1.3).

Srimad significa “bello”, “espléndido” o “ilustre”, y Bhagavatam significa “viniendo de Dios o relacionado a Dios”. Este “Bello libro de Dios” es una compilación enciclopédica de los admirables hechos de Dios cuando Se divertía en la Tierra con numerosas aventuras. Sus pasatiempos, que acreditan plenamente Su facultad inventiva inagotable, su exhuberancia completa, se despliegan ante nuestros ojos atónitos panoramas arrebatadores de la Divinidad jugando. Habiendo saboreado esa fruta madura del árbol védico de la sabiduría, el individuo contrae el ansia de lanzarse a las personas de alma estéril que, en la aridez de su comprensión personal, perdieron todo el gusto por Dios, e imploran: “¡Lee este bello libro”.

“¡Por favor, lee este libro bellísimo!”. Aquellos que tengan una idea más limitada acerca de Dios tal vez se sorprendan ante el gran número y la gran variedad de apariciones de Dios. En uno de los capítulos al comienzo del Bhagavatam, el santo Suta Gosvami, quien se dirige a una audiencia de sabios, enumera veintidós encarnaciones (tanto del pasado como del futuro) y hace una observación: “¡Oh,brahmanas!, las encarnaciones del Señor son innumerables, como riachuelos provenientes de inagotables manantiales de agua” (1.3.26). Un capítulo posterior (2.7), “Encarnaciones programadas con funciones específicas”, contiene un compendio todavía más amplio. El Srimad-Bhagavatam está dedicado mayormente a exponer detalladamente esas encarnaciones, una tras otra, conduciendo y preparando al lector para la narración última, aquella sobre los pasatiempos del propio Krishna.

De esta forma, encontramos a Dios de muchas formas. Él adviene, por ejemplo, como Matsya, el leviatán que salvó a los Vedas del diluvio, mientras se divertía en las vastas aguas; adviene como Varaha, el jabalí que irguió a la Tierra caída en el abismo, y aniquiló en un único combate a aquel que la violaba; adviene como el sabio Narada, el eterno viajero espacial que migra de planeta en planeta a lo largo del universo predicando y cantando las glorias del Señor; adviene como Nrisimha, el prodigioso hombre-león que, en una estupenda epifanía de poder, socorrió a Su devoto, un niño de siete años, matando (de manera espectacular) a su torturador, un tirano ateo interplanetario, quien era además el propio padre del niño; adviene como Vamana, el bello enano que atravesó todo el universo con tres largos pasos; adviene como Parasurama, aquel que porta una hacha y castigó a veintiuna generaciones de hombres de la realiza por desviarse de los principios de la conducta divina; adviene como el Señor Ramacandra, el ejemplar rey divino, rey perfecto y la personificación de la moralidad en el oficio; y adviene como muchas otras personalidades insignes e inolvidables que aparecieron para enseñar, proteger, liderar e inspirar a la humanidad.

Todo esto parece ser muy increíble, y puede conducir a la incredulidad. Sin embargo consideremos: ¿Dios no es, por definición, el ser más increíble de todos? Siendo así, nuestro principio debe ser: cuando más increíble sea el relato, más abiertos debemos ser hacia éste. ¿Por qué exigir que Dios se reduzca y se ajuste a nuestra comprensión prosaica? Cuando más increíble sea, más divino es.

Podemos detectar un elemento inconfundible de humor en muchos advenimientos divinos, y esto tal vez cause dudas. Sin embargo, sería un caso más en el que estaríamos imponiendo restricciones a Dios. Dios es bromista: el término sánscrito par ala actividad divina es, en realidad, lila: jugar o divertirse. En Sus advenimientos, y mediante Su poder inconcebible, Dios une perfectamente un propósito muy serio (salvar a la humanidad) con una gran diversión. Así pues, como Matsya, Él retoza en las olas del diluvio; como Varaha, disfruta de una buena lucha. En todos Sus advenimientos, lo vemos deleitándose de las posibilidades de un papel en particular, como un actor en el escenario.

La idea de lila captura un elemento que define la actividad divina: es inmotivada. Todos los actos humanos están motivados por el deseo de tener lo que nos falta o por el miedo de que un día nos falte. Dios, sin embargo, tiene todo. No tiene nada que ganar ni perder. Entonces, ¿qué le motiva a actuar?

“Nada”, dicen muchos especuladores. Y concluyen que Dios es estático, inerte. Si esto fuera verdad, Dios sería depauperado. Contrariamente, Dios es completo y actúa exactamente de forma completa: él juega. Nuestra noción de jugar transmite parcialmente el espíritu correcto: hacer algo sin ningún otro motivo que la propia diversión por hacerlo, por el júbilo de la acción en sí misma. La lila divina, por tanto: Dios actúa por pura e inmotivada exhuberancia; Su totalidad divina transborda continuamente en continua expresión creativa, el espíritu de juego incesante y trascendental.

Frederick Nietzsche, el filósofo que introdujo en la cristiandad la nueva de que “Dios está muerto”, cierta vez advirtió: “Yo creería en un Dios que pudiera bailar”. Teniendo en cuenta esto, su ateísmo debe ser la comprensible reacción a una hosca imagen teutónica de la Divinidad, modelada, tal vez, a partir de algún patriarca serio y burgués, cuya solemnidad excluía la danza. Si Nietzsche hubiera conocido el Srimad-Bhagavatam, se habría ahorrado a sí mismo y a muchos otros un gran daño, al ver que sus páginas describen extraordinariamente la danza trascendental de Dios, el más bello y gracioso de todos los bailarines.

¿Por qué habría que limitar a Dios de alguna manera? Prohibirle a Dios lo que nosotros mismos poseemos y disfrutamos es envidia encubierta. Él es nuestro superior categórico y nos excede en todas las esferas: este es el significado exacto de Dios. Nosotros, por lo tanto, debemos comprender que todo lo que vemos aquí (todas las actividades, todas las relaciones, todos los goces) han consumado la perfección en Dios.

Finalmente, Dios es la Verdad Absoluta, la única y exclusiva fuente de todo. Todo lo que existe ha sido, por así decirlo, clonado a partir de Él. Nuestro mundo transitorio es un reflejo cubierto y opaco de Su mundo eterno; nuestra sociedad, de Su sociedad; nuestras relaciones, de Sus relaciones. Nosotros mismos, siendo hechos a imagen divina, somos pequeños ejemplares de Él. En consecuencia, estudiándonos y estudiando nuestro mundo, podemos entender algo sobre Dios y sobre Su mundo. Vemos, por ejemplo, que las personas son propensas a luchar. Por tanto podemos comprender que esa propensión existe en Dios. Similarmente vemos la atracción sexual en nuestro mundo entre aquellos femeninos y aquellos masculinos. Tal atracción, entonces, también reside en Dios. Dios es completo y, lejos de ser menos persona de lo que somos nosotros, es más completamente personal.

De esta manera, Él lucha y ama, y la razón por la cual los especuladores quieren negarle estas actividades es porque piensas que Su lucha y Su amor están maculados por el odio y por la lujuria que acompañan nuestra lucha y nuestro amor. Esto es una equivocación. Las actividades de Dios, tal como Su nombre y Su forma, no son materiales, si no que son completamente espirituales. Aunque pueda haber una semejanza familiar entre la forma y las actividades de Dios y las nuestras, debemos estar atentos para no atribuirle los defectos y debilidades de las nuestras; hay una diferencia cualitativa.

Debemos comprender de manera inteligente esa diferencia. Consideremos el atributo de la variedad. Tal y como vimos, el Srimad-Bhagavatam revela una abrumadora variedad en la Divinidad. Dios exhibe, por ejemplo, una infinidad de formas. Sin embargo, ¿no es la unidad absoluta un atributo del espíritu?  ¿Dios no es uno? Esto es verdad, pero la unidad que apenas excluye o niega la diversidad es material, unidad mundana. Podemos ver que semejante unidad sería indigna de Dios, ya que la misma lo privaría de algo valioso. Si aquí hay variedad y no viene de Dios, ¿de donde viene entonces? Luego la unidad de Dios ha de ser trascendente: debe incluir (no excluir) la variedad. Su variedad tampoco se granjea a costo de unidad. Este es el poder de la trascendencia: conciliar la variedad en una síntesis superior. Aunque esa unidad espiritual escape de la comprensión de inteligencia mundana, encaja bien dentro del ámbito de poder inescrutable de Dios.

El principio de la trascendental “diversidad en la unidad” también nos ayuda a comprender la naturaleza espiritual del cuerpo de Dios. Aunque Dios advenga en una forma similar a la nuestra, esa forma es eterna y espiritual: en realidad no es diferente al propio Dios. Para Dios no hay división (tal como lo hay para nosotros) de alma y cuerpo. Y la forma de Dios es tan trascendentalmente unificada que cada órgano posee en sí mismo las funciones de todos los demás. Aunque Krishna posea miembros, cada uno es una persona completa. (Y como Su forma es espiritual, ésta permanece eternamente en el auge de la juventud).

El mismo principio explica por qué Dios puede aparecer en tantas formas diversas, y, todavía, permanecer uno y absoluto. El devoto puro, a través de la percepción espiritual, puede comprender esto perfectamente, y aprecia la insondable profundidad del atributo de Dios de ser personal mediante la multifacética expresión de semejante atributo. Las varias personalidades del Supremo único se manifiestan en el contexto de diferentes relaciones. Podemos ver funcionando el mismo fenómeno en la personalidad humana. Un hombre mostrará diferentes facetas de su personalidad en diferentes contextos: como juez vestido con ropajes negros en el tribunal, como esposo relajado junto a su esposa, como padre jugando con sus hijos, como hijo en la visita a sus padres, como profesor instruyendo a sus alumnos, como amigos haciendo bromas con sus compañeros, y así por delante.

Así, es típico que las personas exhiban muchas facetas, y cuanto más “bien integrada” sea esta persona, mayor será la variedad de papeles y relaciones que pueda mantener sin perder su integridad. El mismo principio se aplica a la Persona Suprema, pero en Su caso, tanto la integridad personal cuanto la variedad de relaciones son llevadas, tal y como se establece, al extremo.

Dios establece relaciones personales con ilimitadas almas, todas las cuales son creadas y mantenidas por Él para ese fin. Para facilitar esas relaciones, Él se expande en diferentes formas, mostrándose ante Sus devotos puros de varias maneras en respuesta a la forma en la que ellos se aproximen a Él. Todas esas formas trascendentales son eternamente manifiestas en la morada espiritual de Dios. Y, de vez en cuando, una u otra forma adviene a fin de mostrase en la oscuridad del mundo material, iluminando el camino de regreso a casa.

El veredicto del Srimad-Bhagavatam es que, de todos los advenimientos de Dios, Krishna es el más elevado. Suta Gosvami, tras concluir la enumeración de las encarnaciones, declara: ete camsa-kalah pumsah krsnas tu bhagavan svayam: “Todas estas encarnaciones de Dios son, bien porciones plenarias o bien partes de las porciones plenarias de los purusa-avataras. Pero Krishna es la Suprema Personalidad de Dios mismo”.

Por esta razón, el argumento central del Srimad-Bhagavatm es una extensa narración del advenimiento del Señor Krishna a la Tierra. Todo el Décimo Canto está devotado a esto, y el Srimad-Bhagavtam se contruye recontando muchos otros advenimientos divinos, llevándonos, de esta forma, cada vez más profundo en la comprensión acerca de Dios y, así, preparándonos para la revelación última de la Divinidad.

En este punto, es necesario hablar de un punto delicado. Dios se revela ante nosotros en la medida en que nos rendimos a Él. Rendirnos a Dios significa retirar nuestro interés y nuestro deseo de todo lo que no sea Dios. Completa rendición significa tener a Dios, solamente a Dios, como nuestro fin y nuestro medio. Debemos devotarle todo nuestro corazón, alma y mente. Es necesaria semejante pureza.

Dios, por supuesto, también permite la rendición parcial con la esperanza del avance gradual. En cualquier tradición religiosa, se permite un goce material en las escrituras (leamos goce como involucrarnos en cosas que no son Dios). Ya que ese materialismo es restringido y regulado, en ese aspecto es bueno. En última instancia, sin embargo, también debe abandonarse: “Abandona todas las variedades de religiones y entrégate a Mí”. Resistirnos a esa invitación basándonos en que nuestro materialismo se permite en las escrituras, es convertir lo bueno en lo enemigo de lo mejor. Simplemente atrasamos nuestro progreso en el camino espiritual y permanecemos más o menos distantes de la Personalidad de Dios.

Esta pureza de corazón necesaria para ver a Dios tal vez parezca lejos de nuestro alcance, pero no es así. Krishna se reveló verdaderamente a Sí mismo: la misma escritura que transmite esa revelación al mundo (el Srimad-Bhagavatam) transmite, al mismo tiempo, el proceso para purificarnos para poder recibir la revelación de Krishna. Este proceso es la práctica del servicio devocional centrado en la audición de la narración pura de los gloriosos pasatiempos de Dios. En otras palabras, el propio Srimad-Bhagavatam, cuando es recitado por alguien que es puro, nos purifica: “Purifica el deseo del goce material en el corazón del devoto” (1.3.17), de forma que podamos percibir a Krishna personalmente tal y como es. Aunque Krishna haya advenido cinco mil años atrás, continúa siendo totalmente accesible a través del Srimad-Bhagavatam. Los únicos que estamos esperando la revelación somos nosotros.

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