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Krishna Dharma Dasa
(Extracto de la obra Mahabharata)

Un huésped inesperado llega con diez mil discípulos para comer, y no hay ninguna comida preparada… Si ese gran yogi llega a sentirse ofendido, recaerá una terrible maldición sobre sus anfitriones. Solo Dios puede salvarlos…

Duryodhana siempre estaba planeando formas de perjudicar a los Pandavas. Él consultaba constantemente a sus hermanos y a Karna, intentando urdir un medio para derrotar a los hermanos antes de que volvieran del bosque. Mientras maquinaba diferentes planes, el asceta Durvasa visitó la ciudad. Iba acompañado de diez mil discípulos y llegó al palacio real pidiendo comida para todos ellos. El sabio era famoso por su temperamento difícil: si no se le servía apropiadamente, inmediatamente maldecía al ofensor. Él también ponía a prueba la paciencia de sus anfitriones, pues deseaba ver si estos cumplían sus obligaciones religiosas bajo cualquier circunstancia. Receloso de que su maldición recayese sobre ellos debido a las acciones de algún siervo incompetente, Duryodhana sirvió personalmente a Durvasa. Con toda la humildad y toda la amabilidad de que fue capaz, atendió cuidadosamente a todos los pedidos del sabio, actuando exactamente como un humilde criado.

Durvasa era imprevisible. A veces, exigía que prepararan comida de inmediato; no obstante, cuando traían las preparaciones, se iba a bañar. Entonces, después de un tiempo, regresaba y decía: «No voy a comer ahora. Ya no tengo hambre». Más tarde, se levantaba a medianoche y pedía comida y otras atenciones, y frecuentemente criticaba los alimentos y servicios ofrecidos. Duryodhana le sirvió sin quejarse, atento a todos los pedidos del rshi. Durvasa se sintió complacido con el príncipe. Antes de marcharse, le dijo: «Me has atendido bien. Te concederé una bendición. Pídeme lo que quieras. A menos que sea algo contrario a la religión, cumpliré tu pedido inmediatamente».

Duryodhana se sintió totalmente aliviado. Él había consultado con sus consejeros sobre la bendición que debía pedirle a Durvasa si este le diera a elegir, así que respondió: «Oh, brahmana, tal como me diste la oportunidad de recibirte como mi huésped, haz lo mismo por Yudhisthira en el bosque. Él es educado, posee buenos modales y es un gran rey, el mejor y mayor en nuestra familia. Por consiguiente, él merece recibir tus bendiciones. Debes ir personalmente cuando toda su familia esté terminando de comer y se estén preparando para dormir. De esta manera, serás bien recibido por estos hombres piadosos».

Durvasa respondió: «Haré lo que me pides». A continuación, partió junto a sus discípulos rumbo a Kamyaka.

Duryodhana lanzó un puño al aire en señal de satisfacción. Los Pandavas no serían capaces de recibir apropiadamente a Durvasa y sus numerosos discípulos una vez que Draupadi hubiera terminado de comer. Les sería imposible alimentar a diez mil brahmanas sin el plato mágico que les regaló Surya, por lo que Durvasa ciertamente los maldeciría. Y la maldición de un rishi es inapelable.

Duryodhana corrió donde estaban sus amigos: «¡Nuestro plan ha funcionado!», gritó. «Los Pandavas están condenados». Entonces abrazó a Karna, que dijo: «Por fortuna, pudiste cumplir tu deseo. Gracias a la buena suerte, tus enemigos encontrarán un océano de miserias muy difícil de superar. Debido a su propio error, su vida correrá peligro». Riendo y dándose la mano uno a otro, Duryodhana y sus consejeros lo celebraban.

Durvasa visita a Yudhisthira

Unos días después, Durvasa llegó al campamento de los Pandavas, poco después de que Draupadi hubiera terminado de comer. Dejando a sus discípulos en las praderas cercanas al campamento, se acercó a los hermanos. Estos se levantaron inmediatamente con las palmas de las manos unidas. Al ver al famoso rishi, cayeron al suelo en una respetuosa reverencia. Yudhistira le ofreció un excelente asiento y le adoró con atención absoluta. Entonces, Duravasa dijo: «He venido con mis diez mil discípulos y necesitamos comer. Tenemos mucha hambre, pues llevamos todo el día caminando. Oh, rey, te lo ruego, danos de comer. Primero nos bañaremos, y después volveremos para comer».

Yudhistira dijo: «Así lo haré», y Durvasa partió hacia el río con sus discípulos. Después de que el sabio se fuera, Yudhistira expresó su ansiedad. ¿Cómo iba a ser posible alimentar a tantos hombres? Draupadi ya había comido, por lo que no podía usar el plato mágico hasta la mañana del día siguiente. Yudhistira le preguntó a su esposa si podía hacer algo. Draupadi, que siempre pensaba en el bienestar de sus cónyuges, comenzó a contemplar el problema. Su única esperanza era orar, así que comenzó a pensar en Krishna y rezó: «Oh, Krishna; oh, Señor del universo; oh, destruidor de las dificultades de los devotos; oh, ilimitado e omnipotente, por favor, escucha mi oración. Eres el refugio de los desamparados, el otorgador de interminables bendiciones, el incognoscible y la Persona Suprema que todo conoce. Por favor, protege a esta persona que busca Tu refugio. Oh, Señor, así como me salvaste anteriormente en la asamblea de Duhsassana, Te suplico que me salves de este caos».

Krishna se encontraba en Su palacio, tumbado en Su cama con Rukmini. Aquella personalidad misteriosa, cuyos movimientos son desconocidos para todos, escuchó las oraciones de Draupadi. Inmediatamente se levantó de la cama y, dejando a Su esposa, corrió fuera del palacio. En pocos instantes se encontraba frente a Draupadi, que cayó a Sus pies con lágrimas en los ojos. «Oh, Krishna, corremos un gran peligro, pues no queremos recibir la blasfemia de Durvasa. ¿Qué podemos hacer?».

Krishna sonrió: «Haré todo lo que pueda, pero también tengo hambre. Por favor, dame de comer primero y después haré lo necesario».

Avergonzada, Draupadi respondió: «Mi Señor, el plato que nos regaló el Sol tan solo permanece lleno hasta que yo como. Como he acabado de comer hace poco, ya no puedo usarlo más».

«No es el momento de hacer bromas», dijo Krishna. «Trae ahora mismo el plato y enséñamelo».

Draupadi llevó el plato ante Krishna y Él lo examinó atentamente. En una punta encontró una partícula de arroz y un pedazo de verdura, que se apresuró a comer, diciendo: «Que el Señor Hari, el alma del universo, Se sienta satisfecho con este alimento, y que el Señor de todos los sacrificios se complazca».

Entonces, Krishna se dirigió a Sahadeva: «Ves a buscar rápidamente a los ascetas y dales de comer».

Los Pandavas miraron a su alrededor con recelo, porque aún no había ninguna señal de comida. Sin embargo, confiaban en que Krishna no fallaría. Sahadeva se fue al río para encontrar a Durvasa y sus discípulos.

En el río, el inocente Durvasa estaba esperando que Yudhistira preparara la comida, pero de repente sintió como si hubiera acabado de comer un gran banquete. Miró a sus discípulos y vio que también parecía que estaban llenos. Estos se frotaban el estómago y eructaban. ¡Mirándose unos a otros, los ascetas se dieron cuenta que ninguno de ellos estaba con hambre!

Durvasa le dijo a sus discípulos: «Hemos hecho que Yudhistira preparara un banquete para diez mil hombres en vano, por lo que hemos cometido una gran ofensa. Es posible que los Pandavas nos destruyan lanzándonos su mirada iracunda. Oh, brahmanas, se que Yudhistira posee poderes inmensos. Como se ha entregado a los pies de loto del Señor Hari, le tengo mucho temor. Semejantes personas pueden consumirnos con su furia, así como un fuego consume un copo de algodón. Así pues, vayámonos en seguida, antes de que nos vengan a buscar».

Aunque era un yogi místico poderoso, Durvasa sabía que su poder no se equiparaba al de aquellos que se han entregado al Señor Supremo. Él se acordó de un incidente del pasado en el que perturbó a otro devoto del Señor. En aquella ocasión, pasó por muchas dificultades y casi perdió la vida.

Sin pronunciar ninguna palabra más, Durvasa salió del río y se alejó velozmente del campamento de los Pandavas. Sus discípulos huyeron en todas direcciones, intentando esquivar a los Pandavas.

Cuando Sahadeva llegó al río no encontró a nadie. Encontró algunos potes de agua y tiras de telas en el suelo, pero no había ni rastro de los ascetas. Buscó por los alrededores y vio a otros brahmanas, que le informaron que Durvasa y sus seguidores se habían ido repentinamente. Sahadeva regresó junto a sus hermanos y les contó lo que había visto y oído. Yudhistira se preocupó: «Los ascetas regresarán en plena noche y exigirán comida», dijo con aprehensión. «¿Cómo podremos escapar ante este peligro del destino?».

Krishna sonrió. «Oh, Yudhistira, no tengas miedo. Durvasa y sus discípulos han huído, temerosos del poder ascético de tu Majestad. Aquellos que siempre son virtuosos no han de temer nada. Ahora, con tu permiso, regresaré a mi casa».

Yudhistira respondió: «Oh, Krishna, así como una embarcación rescata a las personas que se están ahogando en un gran océano, Tú nos has salvado. Si lo que quieres es marcharte, por favor, haz como desees».

Krishna partió, y los Pandavas rodearon a su casta esposa y le agradecieron que hubiera orado a Krishna. Tras discutir el incidente entre ellos, concluyeron que había sido idea de los Kauravas. Felizmente, Krishna siempre estaba presente para salvarlos, independientemente del peligro que los visitara. Pensando en su amigo de Dvaraka, los hermanos entraron en sus cabañas y se fueron a dormir.

 

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