A partir de estas profundas historias, Prabhupada llegaba a grandes conclusiones. «Esto es una tontería. Todo el mundo está así. Intentan saborear la misma cosa pero en potes diferentes. Eso es todo. No lo detestan: ‘No señor, ya he probado suficiente’. Esto se llama vairagya-vidya, dejar de probar. ‘Es todo lo mismo, tanto si tomo de este pote como de otro’. Esto se llama sukham aindriyakham, sentido de placer, ya sea que se disfrute como perro, como semidiós, como europeo, como americano o como hindú, el sabor es el mismo. Esto es muy importante. No pueden saborear un gusto superior. El mejor placer es la conciencia de Krishna. No importa en qué pote me halle ahora. Ahaituky apratihata: pueden saborear la conciencia de Krishna sin vacilar, sin ningún freno, sin ningún impedimento».
Al cabo de media hora terminó la clase. Los devotos gritaron, «¡Jaya, Srila Prabhupada! ¡Srila Prabhupada ki jaya!»
Harikesha entró en acción nuevamente , retirando diestramente los lentes de Prabhupada y el micrófono de su cuello, el Bhagavatam y alcanzándole su bastón, todo mientras él descendía de la vyasasana para salir por la puerta.
Yo esperaba sujetando sus zapatos en los escalones que conducen al sendero. Calzándoselos, Srila Prabhupada caminó las cien yardas hasta la Casa de Invitados. Los devotos le seguían cantando, «¡Jaya Prabhupada, jaya Prabhupada, jaya Prabhupada, jaya Prabhupada!»
Srila Prabhupada atravesó el balcón abierto hasta la pequeña habitación del secretario, pasó por la puerta, giró a la derecha y llegó a su sala de estar. Esta es la habitación que usa Prabhupada tanto para dar darshana como para trabajar. Apoyó su bastón en el rincón que está cerca de la puerta y se quitó los zapatos para calzarse las sandalias. (Prabhupada nunca anda descalzo, ni siquiera en el interior). Le ayudé a quitarse el suéter y el gorro.
Se sentó por unos minutos, mirando hacia afuera a través de los tres altos ventanales angostos con barras ornamentales hacia el pequeño jardín de tulasi, con el árbol solitario. Observando su habitación, Prabhupada contempló con aprecio las grandes estanterías que exhiben ejemplares de sus traducciones del Srimad-Bhagavatam y del Chaitanya-charitamrta. Pidió que colgáramos sus guirnaldas de flores en las diversas pinturas al óleo, originales hermosos, o en las fotos de las Deidades y devotos que adornan las paredes. Las guirnaldas debían permanecer colgadas hasta que se secaran y luego tirarlas. Se quejó de que, en el pasado, los devotos que aseaban su habitación habían tirado innecesariamente las guirnaldas que aún estaban frescas.