Hari Sauri Dasa
(Extractos de la obra Diario Trascendental – Volumen I)
En ocasiones, después del desayuno, Prabhupada se sienta en la habitación donde da darshana y charla con sus sirvientes por algunos minutos. Por lo general comenta el estado actual del mundo. Esos momentos son especialmente dulces: estar con Prabhupada cuando él se sienta, relajado y casual, en medio de la calidez de su compañía entrañable.
Esta mañana fue particularmente memorable. El Sol brillaba a través de las altas y angostas ventanas, produciendo parches de luz resplandeciente sobre los limpios y blancos azulejos del piso. Se sentó cómodamente en el medio, con las piernas cruzadas y la cadera derecha apoyada sobre la rodilla izquierda. Sus dedos estaban entrelazados flojamente, y cerraba brevemente sus ojos disfrutando del calor del sol, que danzaba sobre su forma dorada. Aprovechando la oportunidad, Hansaduta, Harikesa y yo nos sentamos a su lado, simplemente felices de estar con él en un momento tranquilo. Comenzó a reflexionar sobre el estado desafortunado de los moradores del mundo. Explicó que la gente está sufriendo debido a una falta de conocimiento acerca del Señor Supremo. Bajo la falsa impresión de ser independientes, cometen toda clase de actos pecaminosos, sin saber las consecuencias, pensando neciamente que son libres oara hacer lo que quieran. Pero cuando el volumen de vida pecaminosa se torna demasiado grande sufren las consecuencias, que vienen en la forma de pestilencias o guerras. Piensan que mediante la política y las reuniones pueden evitar dichas cosas, pero eso no es posible. Están desamparados, no son prevenidos, y por lo tanto reciben el castigo a través de las tres clases de miserias de la vida. Y cuando llega el momento oportuno, la naturaleza junta a todos los demonios y comienza la guerra.
Para ilustrar el punto dio un ejemplo insólito y conmovedor de la forma en que maya trabaja: «En mis años mozos, teníamos un maestro. Cada vez que dos alumnos se peleaban, el maestro los llevaba al frente de la clase y les hacía ponerse uno frente al otro. Uno tenía que agarrar las orejas del otro, y a su orden, debían comenzar a tironear. Uno tiraba y el otro sufría, entonces este tiraba más fuerte de las orejas del otro, y así ambos sufrían y lloraban. Y no podían parar hasta que el maestro lo ordenara. ‘¡No podéis parar! ¡Tenéis que seguir tirando de las orejas del otro!’. Asimismo, maya ha juntado a Churchill y Hitler: ‘¡Ahora, pícaro! ¡Tira!’, y nadie puede detenerlos. Y los necios los glorifican».
La evocación de esta escena le puso de tan buen humor que, en medio al relato, comenzó a reírse mucho. Sus hombros y estómago se sacudían, y sus brillantes dientes resplandecían al sol. Cuando Prabhupada sonríe, parece que toda la habitación, incluso el universo, se ilumine. Es una sonrisa de Vaikuntha, que difunde refulgencia trascendental por todas partes. El humor de Prabhupada era tan franco y armonioso que, por un momento, pareció que estábamos en un picnic con Krishna y Sus amigos pastorcillos, bromeando y riendo en los bosques de Gokula. Nos reímos con él, mirándonos entre nosotros con aprecio, maravillados de esta extraordinaria personalidad que es Srila Prabhupada. Él está más allá de nuestra comprensión, pero nos sentimos muy afortunados de poder compartir con él estos momentos entrañables.
Fue un momento de hechizo, y se me ocurrió que Srila Prabhupada debe tener muchos amigos en el mundo espiritual con los cuales disfruta eternamente; días sin preocupaciones, felices. De todos modos, siendo sumamente misericordioso, elige estar aquí, entre nosotros. Aunque es una personalidad de las más exaltadas, pareciera que no desea otra cosa que estar con sus discípulos, a pesar de ser necios y neófitos. Da la impresión de que no hay nada ni nadie en el mundo quien él prefiera estar, aunque no tengamos nada que pueda interesarle para entregarle a cambio. Parece que sea una relación unilateral, pero a Prabhupada no le importa. Él no busca nada para sí mismo, solo ver qué puede darnos. El resultado es que hemos conseguido más de lo que jamás hubiéramos soñado.