Ravindra Svarupa Dasa

¿Y si todos los animales también fueran incluidos en el amor divino?

En el bosque de Vrindavana abunda la opulencia tropical; una naturaleza exuberante revela vida en una variedad de arbustos, copas de árboles, claros y ríos. Miríadas de pájaros multicolores, con sus plumas brillantes reflejando la luz del sol en las hojas, llenan el ambiente con sus cantos, respondidos por los monos que saltan y gritan por las copas de los árboles. Las brisas errantes reúnen esencias de incontables flores, mezclándose con un perfume embriagante que encanta a los ciervos y deja a los leopardos lánguidos y mansos.

Las criaturas silvestres sienten el aroma de una fragancia mucho más rica —un almizcle delicioso y ambrosíaco que se difunde por los matorrales. Inspirando profundamente, se estremecen con júbilo. Los cautivados animales comienzan a moverse en la misma dirección que el viento, siguiendo desamparadamente la irresistible seducción aérea. Cuando el aroma intoxicante aumenta, las criaturas divisan su origen entre los densos arbustos repletos de flores. Es Krishna, el objeto último de toda visión, que deambula por el bosque de Vrindavana. Todos los animales Le siguen, completamente cautivados por la belleza sin igual de Su cuerpo refinadamente constituido de un lustre azul oscuro. El amor extático llena sus corazones y transborda por sus bocas con sonidos de deleite. Rodeado por la canción de todos, Krishna camina por el coro de alabanzas de los animales, que se extiende desde el grave de las vacas hasta el soprano penetrante de los pájaros. Entonces, Krishna responde a cada animal en su propio idioma.

Dios y los animales

Una de las sesenta y cuatro cualidades principales trascendentales de Krishna, que Srila Prabhupada enumera en su Bhakti-rasamrita-sindhu, es la cualidad de ser un «maravilloso lingüista». Diversos testigos vieron a Krishna conversando con los semidioses en sánscrito puro, pero Él también hablaba con los residentes de Vrindavana y los habitantes de Cachemira en su lengua nativa. Y también se Le vio dirigiéndose a varias especies de animales, en la lengua de cada uno de ellos. Por eso, cuando Krishna advino en nuestro planeta, hace cinco mil años, para revelarse a las almas presas en la trampa de creer que la materia es el objeto último de los sentidos —en efecto, «Krishna» significa «el todo atractivo»—, no excluyó a las especies subhumanas. Mediante Su trato con los animales de Vrindavana, Krishna confirma la declaración que hizo a Arjuna en el Bhagavad-gita (14.4), es decir, que Él engendra la naturaleza material con todas las almas vivas y que, aunque nazcan en diversas formas de semidioses, humanos, animales o planetas, Él permanece siendo «el padre que aporta la simiente» (bija-pradah pita). Krishna reconoce que todas las entidades vivas son Sus hijas.

El cuerpo material de todas las entidades vivas es animado por un alma espiritual, que es la eterna descendiente de Krishna. La historia individual de buenos y malos actos de cada alma es la causa de recibir un cuerpo superior o inferior, a pesar de que, en esencia, todas las almas son igualmente hijas de Dios. Dios jamás se olvida de ellas, y una persona santa ve con la misma visión a todos los seres animados, como centellas espiritualmente iguales al Divino. (Bg. 5.18)

No obstante, si nos olvidamos de Dios y, consecuentemente, desarrollamos una visión material eclipsada, se nos escapa la unidad trascendental de la vida. Una vez que nos alienamos de Krishna, nos alienamos de todos los demás seres vivos, incluso de aquellos que son de nuestra misma especie. El síntoma de nuestra separación con Dios es nuestra incapacidad de mantener relaciones pacíficas, armoniosas y amorosas con los demás. Realizamos guerras incesantes con nuestros compañeros humanos y depredamos caprichosamente a los animales inocentes, matándolos innecesariamente para comer. Al mismo tiempo, sentimos la necesidad de rectificar todas las relaciones dentro de nuestra familia y nuestras comunidades, entre razas y naciones, entre humanos y subhumanos.

Pero el desorden que ha invadido todas nuestras relaciones es el síntoma de una desviación duradera y central: nuestra separación de Dios. Solo cuando reparemos esta relación seremos capaces de curar la desunión entre nosotros y todos los demás seres.

De nada sirve clamar «¡Paz! ¡Paz!» a menos que hagamos las paces con Dios. Y ningún pacifista, independiente de lo religioso que parezca, puede estar en paz con Dios hasta que pare de tratar a sus compañeros con formas animales como presas.

En este mundo, donde los más poderosos mantiene una paz frágil y falsa mediante el terror, ansiamos por la genuina tranquilidad del verdadero reino de paz. Este reino se puede recuperar, pero jamás existirá un reino de paz sin Dios, el todo-atractivo.

Tenemos que invitar a Krishna para que sea nuevamente el objeto central de todos nuestros sentidos. Él está disponible ahora mismo, así como lo está al deambular libremente por el bosque de Vrindavana encantando a todos los seres. Todo lo que tenemos que hacer es cantar Sus nombres. Si cantamos el mantra Hare Krishna, podremos retirar el velo material que cubre nuestra visión y recuperar nuestra unión con Krishna. Él siempre pasará ante nosotros, tal como lo hace eternamente en Vrindavana, el reino de Dios. En efecto, Krishna jamás abandona aquel reino, y si Él aparece ante nosotros, también lo hará Su reino. Esa es la única manera de restablecer un reino de paz aquí y ahora.

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