mahabharata

Traducido del sánscrito por Hridayananda Dasa Goswami

Los Pandavas y su madre, después de escapar de una calamidad, se enfrentan a los peligros de la jungla.

El sabio Vaisampayana narra la historia de los Pandavas a su bisnieto el Rey Janamejaya. En la última entrega, los Pandavas y su madre escaparon del incendio de la casa de laca. Bhima les dirige y, en ocasiones, los lleva sobre sus hombros por medio de la jungla.

Bhima avanzó rápidamente a través de la jungla, Oh, rey, y sus poderosos muslos arrancaban árboles y matorrales, y levantaban ventoleras como las que en verano sacuden los montes Suchi y Sukra. El poderoso Bhima despejó su propio camino desgajando ramas, aplastando enredaderas y árboles señoriales, destrozando los matojos que se cruzaban en su camino, derrumbando los gigantes árboles del bosque que creciendo de la tierra ofrecían al cielo sus frutos. La fuerza de Bhima era inconmensurable y, mientras caminaba destrozando el bosque, la velocidad que alcanzaba mareaba y aturdía a los Pandavas.

En más de una ocasión los Pandavas tuvieron que cruzar a nado anchos ríos. Mientras caminaban tuvieron que disfrazarse por temor a Duryodhana, el hijo de Dhrtarastra. Bhima, cuando la marcha era penosa, sobre terrenos traicioneros y sobre despeñaderos, llevaba a su gloriosa madre, cuyo cuerpo era el más delicado.

Según fue atardeciendo, los toros de la raza Bharata llegaron a un extremo del vasto bosque donde las raíces, frutas y también el agua eran escasos, y los pájaros y bestias, crueles y fantasmales. Aquel atardecer fue horroroso. Por todas partes vagaban pájaros y bestias siniestras, todas las direcciones cayeron presa de la oscuridad y ulularon vientos impropios de la estación.

Los Kauravyas, afligidos por la fatiga, sed y sueño irresistible, no fueron capaces de continuar su marcha. Entonces, Bhima, el mejor de los Bharatas, cogiendo a los demás se introdujo en un inmenso bosque aterrador donde no habitaba criatura humana alguna. Se dirigió con presteza al abrigo de un amplio y encantador baniano, donde depositó a toda su familia.

Bhima dijo:

—Voy a buscar agua. Mi señor Yudhisthira, ahora debéis descansar todos. Oigo a las grullas cantar sus dulces trinos, por lo tanto debe haber algún estanque por este lugar.

Su hermano mayor respondió:

—¡Adelante!

Bhima se acercó al lugar donde cantaban las aves acuáticas. Allí, Oh, rey, bebió un agua buenísima y clara y luego se bañó. Después, utilizando las ropas que cubrían su torso, recogió agua para que bebiera su familia. Ansioso por ofrecer agua a su madre, rápidamente recorrió la distancia de varios kilómetros. Vrikodara (Bhima), al ver que su madre y hermanos yacían dormidos sobre el desnudo suelo le embargó la tristeza y se lamentó en los siguientes términos:

El lamento de Bhima

—Cuan irónico que mientras vivíamos en Varanavata mi madre y mis hermanos no podían dormir sobre aquellos costosos lechos y ahora duermen profundamente sobre el desnudo suelo. Mirad a esta dama, Kunti. Su hermano Vasudeva acabó con hordas de malvados enemigos. Kunti, la hija del Rey Kuntibhoja, fue honrada con todos los signos de un nacimiento divino y noble. Ella es nuera de Vicitravirya y esposa de esa gran alma, Pandu. Siempre ha dormido en palacios y reluce como la luminosa corola del loto. Es la más delicada de entre las mujeres y con todo derecho merece el lecho más suntuoso. ¡Vedla ahora yaciendo inmerecidamente sobre el polvo de la tierra! Tuvo hijos del dios de la justicia, del dios de los cielos y del viento, y ahora, esa misma inocente mujer, yace exhausta sobre esta tierra desnuda.

—¿Qué cosa podría desgarrarme más el corazón que tener que observar a mis propios hermanos, tigres entre los hombres, dormidos sobre el suelo? Los reinos que puedan existir en los tres mundos, este rey, Yudhisthira, merece regirlos, pues él es el conocedor de la Ley. ¿Cómo es posible que ese rey yazga exhausto sobre el desnudo suelo como el hombre más malvado y vulgar? Y Arjuna que no tiene rival entre los hombres de este mundo, cuya divina piel es similar al color de las nubes cargadas de lluvia, se ve obligado a yacer como un desahuciado. ¿Qué puede haber más desconsolador? Y los gemelos, provistos de belleza similar a la de los Asvins celestiales, también descansan sobre la piel de la tierra, como los más pobres de entre los hombres.

—Aquel hombre que carece de parientes contrarios e intrigantes, que son la desgracia de la vida familiar, vive feliz en este mundo, como el árbol que se yergue en solitario en una aldea. Ese único árbol, cargado de hojas y frutos, es sagrado para todo el pueblo y puesto que es el único, sin una nube de parientes, la gente lo alaba y reverencia.

—Por supuesto, aquellos que poseen muchos parientes nobles, devotos de los principios religiosos, viven también felices en este mundo, libres de preocupaciones. La gente poderosa y próspera que se preocupan de sus amigos y familiares viven ayudándose y cuidando los unos de los otros, como hacen los árboles en el noble bosque.

—Pero Dhrtarastra y su malvado hijo nos han apartado de nuestro hogar. De un modo u otro, siguiendo las órdenes de Vidura, nos libramos de morir abrasados. Y aquí estamos al abrigo de un árbol. ¿Cómo procederemos, ahora que hemos llegado a la peor situación de nuestra existencia?

—Creo que hay alguna ciudad cercana a este bosque. Lo mejor sería que alguien vigile mientras los demás duermen, así que yo mismo permaneceré despierto. Mi madre y hermanos beberán más tarde, cuando despierten, descansados y tranquilos.

Pensando en estos términos, Bhima vigiló el sueño de su familia durante toda la noche.

Hidimba, el caníbal

No lejos de aquel bosque donde dormían los Pandavas vivía Hidimba, un rasksasa, una monstruosa criatura que se alimentaba de carne humana. Tenía su morada en un grandioso árbol Sala y era muy fuerte y poderoso. Su deforme cuerpo causaba espanto. Sus ojos eran brillantes y de color amarillo, la boca entreabierta estaba poblada de dientes parecidos a sables, y mostraba una insaciable codicia de carne humana. Hambriento, vagaba en la noche cuando descubrió en la distancia a los Pandavas y a su madre mientras dormían. Sacudiendo la cabeza poblada de cabellos hirsutos y encanecidos, rascándoselos con los dedos apuntando hacia arriba, el raksasa abrió su amplia boca y bostezó, sin dejar de mirar una y otra vez a los príncipes que dormían.

El maligno gigante, que con fuerza terrible cazaba carne humana, percibió el aroma de la misma y le dijo a su hermana:

—Después de mucho tiempo, encuentro un alimento que de verdad me agrada. Se me hace la boca agua de placer y me relamo los labios. Por fin podré hincar mis ocho afilados y mortales dientes en cuerpos carnosos y jugosos. Pisaré sus cuellos humanos y les arrancaré las yugulares de modo que beba en cantidad su espumosa sangre caliente. Ve y entérate de quienes son, durmiendo confiadamente en medio del bosque.

—El aroma de la carne humana es muy fuerte, y me proporciona un gran placer. Ve y acaba con esos humanos y tráeme sus cuerpos. Nada tienes que temer pues están durmiendo en mis terrenos. Prepararemos delicadamente la carne de esos humanos y la disfrutaremos juntos. ¡Pronto, haz lo que te he ordenado!

La monstruosa raksasi, obedeciendo las órdenes de su hermano, y saltando de árbol en árbol se acercó sigilosamente al lugar donde dormían los Pandavas, Oh, mejor de entre los Bharatas. Al llegar al lugar vio a los Pandavas y a su madre, Prtha, dormidos sobre el suelo, y descubrió al invencible Bhimasena montando guardia al lado de ellos. Pero tan pronto como vio a Bhimasena, tan alto y poderoso como el tronco de un árbol Sala e incomparablemente hermoso, la raksasi lo deseó.

—Ese hombre oscuro y hermoso tiene brazos poderosos, espaldas como las del león y un cuerpo que parece brillar. Su cuello es fuerte y precioso como una caracola y sus ojos son como pétalos de loto. ¡Es digno de ser mi esposo! Jamás cumpliré las crueles órdenes de mi hermano. El amor que la mujer siente por su marido es más poderoso que la amistad del hermano. Si mato a estas personas, mi hermano y yo disfrutaremos durante unas horas, pero si no los mato disfrutaré por siempre.

La raksasi, que podía cambiar su cuerpo a voluntad, adoptó la forma de una hembra humana espléndida, se adornó con adornos celestiales y, silenciosamente, como una humilde enredadera, se acercó a Bhima, el de poderosos brazos.

Hidimba sonrió a Bhima y dijo:

—¿De dónde vienes y quién eres, noble varón? ¿quiénes son los que duermen, tan hermosos como dioses? ¿Y quién es esa delicada mujer, de piel oscura y brillante, que ha venido contigo al bosque como si se tratara de su propia casa? No sabe que esta salvaje jungla está poblada de raksasas y que uno de ellos muy malvado, de nombre Hidimba, mora en este lugar. Ese maligno raksasa es mi hermano y quiere comer vuestra carne, Oh, divino. Pero cuando mis ojos se posaron sobre ti, tan hermoso como el hijo de los dioses, ya no deseé a nadie más como mi esposo. Te estoy diciendo la verdad.

—Ahora que lo sabes, por favor, trátame de manera conveniente. Mi mente y mi cuerpo te desean, por tanto acéptame del mismo modo que yo te he aceptado. Oh, inocente, sé mi esposo, y yo te salvaré del raksasa caníbal. Después, Oh, el de los poderosos brazos, viviremos juntos y las montañas serán nuestra ciudadela. Yo puedo volar por los cielos e ir donde me plazca. ¡Ven conmigo y descubre placeres que nunca imaginaste!

Bhimasena dijo:

—Mi querida raksasi, ¿qué hombre abandonaría a su madre y hermanos menores como estos, cuando tiene el poder de protegerles? ¿Cómo podría un hombre como yo abandonar a su madre y hermanos dejándolos como alimento de un raksasa mientras desaparece en pos de un romance?

La raksasi respondió:

—Yo haré lo que tú desees. Despiértalos y yo os salvaré gustosamente a todos del raksasa antropófago.

Bhimasena dijo:

—Oh, raksasi, mis hermanos y madre duermen tranquilamente entre los árboles, y yo no voy a despertarlos por miedo a tu malvado hermano. Oh, tímida, dama de hermosos ojos, no hay raksasas, ni humanos, ni gandharvas que puedan enfrentarse a mis fuerzas. Buena mujer, puedes irte o quedarte. Haz lo que desees, o puedes mandar llamar a tu hermano, mi esbelta belleza.

El desafío del caníbal

Hidimba, señor de los raksasas, al observar que había transcurrido mucho tiempo desde que su hermana había partido, descendió de su árbol y salió de caza en pos de los Pandavas. Sus arrogantes ojos saltones enrojecieron de ira. El poderoso demonio cuyos cabellos estaban erizados, era tan alto que su cuerpo rozaba las nubes. Abriendo repetidamente sus vigorosos brazos, golpeó la palma de su mano con el puño, y cerró los afilados colmillos que iluminaban su siniestra cara.

Su hermana Hidimba, al ver que aquel espantoso monstruo se aproximaba dispuesto a atacarles, le dijo aterrorizada a Bhimasena:

—¡Va a atacarnos! Es un caníbal infame, terriblemente cruel. Tú y tus hermanos haréis lo que yo diga. Yo poseo la fuerza de los raksasas y puedo ir donde quiera. Subid a mis espaldas, mi héroe, y os llevaré lejos cruzando los cielos. ¡Por favor, poderoso! Despierta a tus hermanos y a tu madre, y os llevaré por el cielo celestial.

Bhimasena respondió:

—No temas, mujer bien proporcionada. Él no es nadie en mi presencia. Oh, dama de estilizada cintura, le mataré ante tu mirada atenta. Ese degradado raksasa no es rival para mi, mi apocada beldad. Pues ni todos los raksasas unidos podrían detener mi fuerza en el combate. Mira mis musculosos brazos, anchos como trompas de elefante, mis muslos tan duros como barras de hierro y mi recio y macizo pecho. Deliciosa dama, no me insultes pensando que soy un humano corriente, pues ahora verás, bien proporcionada, que soy igual en fuerzas a Indra.

Hidimba respondió:

—Oh, tigre entre los hombres, no pretendo insultarte, pues ya veo que eres tan hermoso como un dios. Pero también he visto el caos que este raksasa provoca entre los humanos.

Oh, Bharata, mientras Bhimasena y Hidimba hablaban, el raksasa antropófago oyó las palabras de Bhimasena y se enardeció de rabia. Luego descubrió que su hermana había adoptado una forma humana, con un collar de flores sobre la cabeza y un rostro tan brillante como la luna llena. Su nariz, pelo y cejas eran exquisitos, su piel y uñas, delicadas. Estaba vestida con ropajes tenues y se adornaba con toda clase de joyas. Al ver la encantadora forma humana que había adoptado, el caníbal sospechó que se había enamorado de algún hombre, y ello lo único que hizo fue animar el fuego de su rabia.

El raksasa, enfurecido, dirigió sus saltones ojos hacia su hermana, Oh, noble Kuru, y la reprendió:

—¿Quién es esa estúpida que obstruye mi camino estando yo hambriento? ¡Hidimba! ¿Estás tan confundida y engañada que ya no temes mi ira? ¡Maldita seas, desvergonzada! ¡Codiciando a un hombre! Me desagradas, pues viertes la infamia sobre todos los señores raksasas que nos han antecedido. Al ponerte de parte de esos humanos, me has ofendido de la forma más ostentosa. ¡Los voy a matar a todos, y luego te mataré a ti también!

Hidimba, después de pronunciar esas palabras, con los ojos enrojecidos de ira y haciendo chirriar sus dientes, se apresuró en dirección a su hermana para matarla. Al verlo, Bhima, el mejor de entre los luchadores, gritó con voz amenazadora:

—¡Detente! ¡Quédate donde estás!

Los insultos de Bhima

Bhimasena, al observar que el raksasa se dirigía hacia su hermana, empezó a reírse y le dijo:

—¿Por qué habrías de despertar a esas personas que duermen tranquilamente? Ven y atácame a mí, estúpido caníbal. ¡Date prisa! No te he hecho ningún mal. Tú nos estás molestando, pero al menos dirige tus ataques hacia mí y no golpees a una mujer.

—Estúpido raksasa, tú eres la infamia de tu familia. Esta muchacha es una ingenua niña, que no pudo evitar el desearme, pues la empujó el dios del amor que mora en su cuerpo. Siguiendo tus órdenes vino hasta aquí y al contemplar mi belleza, regalo de un dios, me deseó. Esta tímida mujer no ha deshonrado tu familia. El error fue cometido por Cupido, y mientras yo esté aquí, tú, malvado raksasa, no golpearás a una mujer. Enfrentémonos, caníbal, cara a cara, y te enviaré a la morada de Yama, el señor de la muerte.

—Ahora, raksasa, voy a golpear tu cabeza contra el suelo hasta que se parta como si la hubiera golpeado la pata de un poderoso elefante. Que los buitres y chacales disfruten arrastrando tu cadáver sobre la tierra, pues este mismo día acabaré contigo. Durante demasiado tiempo ensuciaste este bosque, devorando hombres inocentes Ha llegado el momento de liberar este bosque de su dolorosa peste.

—Aunque los elefantes son tan grandes como montañas, el fuerte león los mata y arrastra por el suelo. Hoy tu hermana contemplará tu muerte y verá como arrastro tu cuerpo por el suelo. Cuando te mate, Oh, desgracia de los raksasas, los hombres que habitan este bosque podrán pasear por él, libres de amenazas.

Hidimba respondió:

—¿De qué sirven tus inútiles bravatas, hijo de hombre? ¡Primero haz lo que afirmas y habla por tus actos! No continúes bravuconeando en vano. Crees que eres fuerte e invencible, pero ahora aprenderás en la batalla que soy más fuerte que tú. Me ofendes con tus palabras, necio, pero te prometo que no mataré a los durmientes hasta que haya acabado contigo. Y cuando haya bebido la sangre de tus miembros acabaré con los demás y mataré a esa mujer que osa disgustarme.

El combate a muerte

Después de pronunciar estas palabras, el caníbal unió sus brazos y con terrible furia se apresuró hacia Bhimasena, el destructor de enemigos. Mientras el demonio corría, mostrando su mortal puño, Bhima, de amenazadora fuerza, rápidamente atrapó y retuvo el brazo del raksasa mientras se reía de él. Cuando el raksasa trató de liberarse de las poderosas manos de Bhima, éste lo arrastró a una distancia de ocho arcos del lugar donde estaban, con tanta facilidad como el león arrastra un animal diminuto.

El furioso raksasa, atrapado por el poderoso puño del hijo de Pandu, envolvió con sus brazos a Bhimasena, al tiempo que gritaba con voz aterradora. Bhimasea, lleno de fuerza, lo volvió a arrastrar por los suelos y dijo:

—No hagas esos ruidos, pues no quiero que despiertes a mis hermanos.

Bhima deseaba luchar, y los dos se atacaron y arrastraron el uno al otro, haciendo gala de un gran poder. Tanto el raksasa como Bhima demostraron un coraje extraordinario, rompiendo enormes árboles y destrozando las lianas de la jungla, como si se tratara de dos enloquecidos elefantes que hubieran estado preparando sus fuerzas durante sesenta años.

Los Pandavas y su madre despertaron debido a la batalla y al abrir los ojos vieron a la hermosa Hidimba de pie ante ellos.

Los Pandavas, que parecían tigres, y su madre, Pritha, al contemplar la belleza sobrehumana de Hidimba quedaron asombrados. Kunti, observándola cuidadosamente y atónita ante su belleza, le dijo con palabras dulces y acariciadoras:

—Eres tan brillante como una hija de los dioses. ¿Quién es tu guardián, y quién eres, hermosa dama? ¿De dónde vienes, mujer de hermosas proporciones, y qué deber te trajo hasta aquí? Seas una venerable deidad de este bosque o una diosa Apsara, por favor explícamelo. ¿Cómo es que estás aquí, ante nosotros?

Hidimba dijo:

—El bosque que contempláis, tan vasto y luminoso como las nubes cargadas de lluvia, es la residencia del raksasa Hidimba, así como también mi morada. Debéis saber que soy la hermana del raksasa. Noble dama, mi hermano deseaba mataros a todos, y con esa intención me envió hasta aquí. Yo vine aquí siguiendo el mandato de ese cruel demonio, pero entonces vi a tu poderoso hijo, cuya piel es como el oro. Cupido se encuentra en el corazón de todos los seres, buena mujer, y me puso bajo el dominio de tu hijo. Elegí a tu poderoso hijo como esposo y procuré arrastrarlo conmigo, pero no se dejó controlar por mi. Después, sabiendo que hacía mucho rato que yo había salido, el caníbal Hidimba vino a matar a todos tus hijos. Pero tu inteligente hijo, que es mi amado, con su fuerza, coraje y habilidad golpeó a mi malvado hermano y lo arrastró lejos (de modo que la pelea no os molestara). Mirad, están allí, un hombre contra el raksasa, ambos llenos de poder y coraje.

Yudhisthira, Arjuna, Nakula y el poderoso Sahadeva, al oír sus palabras y descubrir que su hermano Bhima estaba enzarzado en un combate a muerte, se pusieron de pie de un salto y vieron a los dos luchadores aferrándose y arrastrándose el uno al otro como dos feroces leones en lucha por la victoria. Bhima y Hidimba levantaban una nube de polvo como el humo de un incendio forestal. Cubiertos de tierra y de polvo, parecían dos montañas, y brillaban como dos grandes laderas cubiertas de rocío.

Mientras Arjuna observaba a su hermano luchar contra el raksasa, se reía y le murmuraba:

—Bhima, no tengas miedo, Oh, tú el de los poderosos brazos. Estábamos cansados y dormíamos a pierna suelta y no sabíamos que estabas luchando contra tan feroz enemigo. Aquí estoy para salvarte, Partha. Yo lucharé contra el raksasa, y Nakula y Sahadeva protegerán a nuestra madre.

Bhima respondió:

—Quédate en la vereda y observa. Y que estos ejercicios no te confundan. De ninguna manera quedará con vida, ahora que lo tengo al alcance de mis brazos.

Arjuna dijo:

—Bhima, ¿por qué permites que ese raksasa viva tanto tiempo? Tenemos que irnos ya. No podemos quedarnos aquí, Oh, dominador de enemigos. Acaba la pelea antes de que el horizonte occidental enrojezca y comience la penumbra, pues en esas horas aumenta muchísimo la fuerza de los raksasas. Aprisa Bhima. ¡No juegues con él! Mata a ese horrible raksasa antes de que haga uso de sus poderes mágicos.

Al escuchar las palabras de Arjuna, Bhima levantó el cuerpo del feroz raksasa y lo hizo girar más de cien veces.

Bhimasena dijo:

—Alimentas tu vida inútil con carne inútil, y así te fortaleces, pero tu cerebro e inútil. ¡Eres merecedor de una muerte inútil! ¡A partir de ahora no volverás a ser inútil!

Arjuna dijo:

—Si piensas que el raksasa es una molestia en esta lucha, puedo ir a ayudarte, pero hemos de matarlo enseguida. O yo solo puedo acabar con él, Bhima. Has hecho un gran esfuerzo y debes estar cansado, ha llegado el momento de descansar.

Bhimasena, al escuchar estas palabras de Arjuna se enfureció lleno de indignación y redujo a polvo al demonio lanzándolo contra el duro suelo, acabando con él como si se tratara de un animal sacrificado. Mientras Bhima se ocupaba del raksasa lanzándole duros golpes, el demonio llenaba el aire de horrorosos rugidos que se difundían por todo el bosque, similares a golpes de tambor. El amado y poderoso hijo de Pandu agarró el cuerpo del raksasa con sus manos y lo partió en dos, alegrando a sus ansiosos hermanos.

Los Pandavas, al ver al raksasa muerto se alegraron llenos de entusiasmo y honraron a Bhimasena, tigre entre los hombres, que siempre dominaba a sus enemigos. Después de honrar y alabar a Bhima, el de aterradora energía, Arjuna se dirigió a él:

—¡Bendito seas! Creo, mi señor, que hay una ciudad no lejos de este bosque. Dirijámonos a ella prestamente de forma que Duryodhana no nos encuentre en este lugar.

Todos accedieron, diciendo:

—Que así sea.

Aquellos feroces guerreros, tigres entre los hombres, tomaron a su madre y partieron, y la dama raksasa, Hidimba, fue con ellos.

 

Back To Godhead © 1995

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