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Indrani Devi Dasi

«Ahora me encuentro en un lugar donde jamás puedo olvidar a Krishna, la Suprema Personalidad de Dios».

 

Nací en la casa de mis padres, en Harlem, Nueva York, el día 31 de octubre de 1926. Mi padre tenía sesenta y dos años, mi madre estaba a punto de cumplir los cincuenta. Ella era una mujer piadosa que leía la Biblia de modo regular y siempre hablaba de Dios. Mis padres fueron muy estrictos conmigo, pero eso no fue malo. La disciplina y la buena educación fueron una parte muy importante de mi vida.

Mis padres eran miembros del movimiento Marcus Garvey, es decir la Asociación Universal para la Mejora de las Personas de Raza Negra (UNIA), fundada en 1914. Garvey (1887-1940) dedicó toda su vida a corregir las injusticias sufridas por la gente de color. Él aportó unas ideas que sirvieron para que mucha gente obtuviera un sentido renovado de dignidad y destino. Como miembros del movimiento Marcus Garvey, no solíamos ir a la iglesia los domingos sino a los mítines y a las manifestaciones. Las reuniones siempre empezaban con oraciones, seguidas de una charla.

Cuando era niña me di cuenta de que la mayoría de mis amigos acudían a la iglesia católica local. Cuando expresé mi deseo de acudir a dicha iglesia, mi padre se enfadó mucho. Me dijo que el Papa bendijo los ejércitos de Mussolini que invadieron Etiopía y mataron a nuestros ancestros y parientes. Como yo era una hija obediente, me sometí a la voluntad de mi padre y no fui a la iglesia.

Sin embargo, tan pronto como cumplí los dieciocho, legalmente adulta, decidí ir a la iglesia católica a pesar de la opinión de mi padre. Por entonces ya había tenido la oportunidad de conocer otras iglesias, pero no me encontraba en ellas tan cómoda y tranquila como en la iglesia católica. Me casé por la iglesia y más adelante eduqué en la fe católica a mis tres hijos.

Pasaron dieciocho años. Gradualmente empecé a pensar que había más cosas que saber acerca de Dios. Por un lado pensaba que era muy importante continuar adorando a Jesús y a todos los santos de manera regular, pero mi interés giraba en torno a la persona suprema. Jesús siempre hablaba del «Padre», pero yo no sabía a quién se refería.

Una nueva iglesia

Un domingo escuché un programa de radio de la Iglesia de la ciencia religiosa, que hablaba del pensamiento positivo y las afirmaciones. El presentador me aseguró que esas cosas cambiarían mi vida. Él tituló su charla «la ciencia de la mente». Su filosofía me recordaba a mi padre, que en sus últimos años estudió metafísica y meditación y quiso explicarme esos temas. Recuerdo la transformación que se produjo en su personalidad.

Después de un periodo de estudio, decidí abandonar la Iglesia católica y me uní a la primera Iglesia de la ciencia religiosa. Como miembro, estudié los principios metafísicos, empezando con el concepto de que Dios es el Espíritu Universal, todopoderoso, omnisciente, todo amor y omnipresente. Según la ciencia religiosa, el Espíritu Universal crea por mediación de la Mente Universal; toda la mente que existe es la mente de Dios, así que todas las ideas tienen su origen en Dios, y por medio de este ambiente creativo, las ideas adquieren la forma. Solíamos rezar la plegaria del tratamiento mental espiritual, basada en la teoría de que la palabra de la Ley espiritual crea su manifestación en el mundo.

Estas enseñanzas me fueron de gran ayuda pues al saber que Dios se encontraba en todas partes, me di cuenta de que podía hablar con Dios-Espíritu y saber que Él me estaba escuchando. Esto facilitó los esfuerzos referidos a mis dificultades financieras y de otro tipo.

Los siguientes diez años mejoró mucho mi situación financiera, después de aceptar un trabajo en un laboratorio de investigación de un gran hospital del Bronx. El trabajo me dio ánimos para regresar a la universidad y finalizar mis estudios de tecnología de laboratorios que inicié veinte años atrás.

A los cincuenta años acabé la carrera de graduada en tecnología médica de laboratorios y decidí matricularme para obtener la licenciatura. Los años siguientes trajeron grandes dificultades. Me esforcé entre libros de química orgánica, cálculo y las demás asignaturas de biología. Los demás estudiantes no podían entender mi presencia en dicho programa y a menudo sentían gran curiosidad. Mi salario había aumentado y la licenciatura no iba a mejorar las cosas. Pero los estudios de la Ciencia de la Mente me permitieron mantener una actitud positiva; siempre me sentí en relación con Dios-Espíritu.

«Aprende los principios»

En 1974 me divorcié de mi marido después de veinticuatro años de matrimonio. Mientras yo continuaba buscando el crecimiento espiritual, él parecía estancado. No era un mal hombre. Iba al trabajo, regresaba a casa y se sentaba ante el televisor día tras día: algo que repite la mayor parte de gente del mundo. Aun así, yo me sentía crecer y descubría nuevos significados de la vida, y estaba convencida de que ya no podría continuar viviendo la misma vida que había llevado hasta entonces.

Una mañana, mientras estaba en la universidad, me desperté con las siguientes palabras en mi mente «aprende los principios». Al principio creí que estas palabras significaban que debía aprender los principios del álgebra, porque tenía muchas dificultades con la física y el cálculo. Pero me parecían más profundas que eso. ¿Significaría que debía aprender los principios de la vida? Después de mucha introspección, decidí dejar las clases una temporada.

Después de abandonar los estudios, me preguntaba en voz alta qué iba a hacer ahora. Yo sentía la necesidad de viajar. Necesitaba descansar de la ansiedad de los estudios y centrar mi atención en Dios y el sentido de la vida. Visité a amigos de fuera del estado y a gente que hacía años no veía. Fueron visitas tranquilas. Empecé a leer libros sobre las enseñanzas africanas, orientales y budistas. Y comencé a cuestionar en otro nivel más profundo a mi maestro de Ciencias de la Mente. Él empezó a mostrarse irritado conmigo. Dentro de mí volvía a manifestarse la duda. Tenía que haber algo más. Me daba cuenta que era hora de continuar.

En el mes de octubre de 1977, un coche me atropelló mientras cruzaba la calle. Me acuerdo que pensé: «Está bien Espíritu, ¿qué quieres decirme ahora?» Esa pregunta supuso un momento de entrega completa. Después del trauma de pasar por urgencias, la sala de rayos x, la unidad de cuidados intensivos y romperme un brazo y una pierna, perdí mis sentimientos de inquietud. Me sentía de nuevo como una niña. Se hizo necesario contar con alguien que me ayudara en casa; estaba en silla de ruedas, enyesada toda mi pierna izquierda, así como el brazo izquierdo. No era mucho lo que yo podía hacer. Otra encrucijada: que crucé en dirección al agradecimiento.

Mientras me recuperaba tuve tiempo de leer libros espirituales. Me di cuenta de que el cuerpo iba sanando sin que yo hiciera nada al respecto. Dios, creador de todas las cosas, sabía cómo volver a ensamblar los huesos rotos.

Mi experiencia y lecturas fueron los fundamentos que me permitieron ayudar a otros a tener fe y confianza en Dios-Espíritu. Esto me reveló que ya no tenía que regresar al laboratorio. Yo quería ayudar a los demás a crecer espiritualmente.

De vuelta a la universidad

Decidí regresar a la universidad, con la idea de licenciarme en asesoramiento. Finalicé mi licenciatura y luego la maestría. Trabajé en los Servicios Sociales y después tuve un cargo en el sistema universitario de la ciudad, en un programa especial para jóvenes. Durante unos años estuve trabajando con jóvenes. Me di cuenta de que tenía la capacidad de animar a otros, especialmente a los padres, a que comprendieran que siempre quedaban oportunidades para elegir cómo pensar y cómo vivir.

Mientras tanto, acudía a todos los retiros o reuniones que me parecieran espirituales. En una de estas reuniones, me encontré con miembros de una comunidad espiritual de Uganda, en África. Eran vegetarianos, rezaban un mantra y tenían un dirigente lleno de carisma. En 1987 celebraron una amplia conferencia en Uganda, a la que asistí. Allí me sentí como en casa. Aunque los discursos espirituales eran algo esotéricos, los planes de la comunidad de construir una ciudad espiritual parecían bastante realistas.

Cuando regresé a los Estados Unidos, ya tenía decidido irme a la comunidad de Uganda y pasar allí el resto de mi vida. Solicité el retiro anticipado a los sesenta y dos años, y me preparé para el viaje. Ello significaba abandonar la mayoría de mis bienes materiales. Dejé el coche, las joyas y mi abrigo de visón. Después de treinta y seis años viviendo en el mismo apartamento, se habían acumulados muchas cosas de las que desembarazarse. Lo hice sin ningún pesar, porque estaba dispuesta a hacer todo lo necesario para crecer espiritualmente.

Mientras estuve en Uganda no gocé de muy buena salud. Mi doctor en América me había hablado de sus preocupaciones por la salud de mi corazón. Las pruebas habían indicado la posibilidad de algunos problemas. No me importó. Yo estaba dispuesta a ir. Me fui a Uganda en junio de 1988, sin saber si volvería a ver de nuevo a mi familia o si regresaría alguna vez a América. Esta tan convencida de la necesidad de crecer espiritualmente que no estaba dispuesta a que nada me lo impidiera.

La experiencia de Uganda exigió de verdad mucha fe en Dios. No fue fácil. Vivía en una cabaña de paja en la que entraban a pastar las vacas, las hormigas hacían sus hormigueros y los techos goteaban tan pronto como llovía.

Por el lado positivo, cada día se celebraban dos charlas espirituales, aunque no siempre en inglés. Tampoco importaba si no entendía demasiado; me gustaba levantarme cada mañana y compartir el círculo con los demás miembros de aquella piadosa comunidad. Siempre pensé que las charlas eran portadoras de una vibración o algo que a mí me hacía falta. La mayor parte de los discursos era esotérica o metafísica. Pero el grupo tenía planes de construir una ciudad espiritual en las orillas del lago Victoria, que contaría con una universidad, un hospital, un colegio y casas de ladrillo en vez de chozas de paja, y que desarrollaría una cultura de personas espirituales que se encargarían de cambiar el mundo. La idea me encantaba y participé en la planificación.

Pero el estado de mi corazón no mejoraba. Por último, tuve que acudir al hospital de Kampala. Alguien se puso en contacto con mi hija que vivía en Washington, D.C., que poco tiempo después llegó con mi hijo y otra hija para llevarme de regreso a casa. Cuando dejé Uganda, mi corazón latía a treinta y siete pulsaciones por minuto. A mi llegada a los Estados Unidos, me implantaron un marcapasos. Me resultó muy raro volver a escuchar las sirenas de la policía y el ruido del tráfico después de un año alejada de todo aquello.

Recuperación

Mientras me recuperaba, volvieron las preguntas. Tenía sesenta y tres años y estaba retirada. ¿Qué iba a hacer el resto de mi vida? ¿Dónde viviría? Ya no tenía el apartamento en el que viví treinta y seis años en el Bronx. Había regalado todas mis ropas y otras posesiones. Casi no tenía nada. Entonces mi hija mayor me invitó a acompañarla a su casa en Washington, D.C. ¿Qué otra cosa podía hacer?

Me resulta muy difícil describir mis sentimientos en aquella época. Había abandonado todas mis pertenencias y seguridad materiales en busca de mi crecimiento espiritual, y allí estaba en una habitación de la casa de mi hija, preguntándome qué iba a hacer. Mi vaso parecía vacío. Empecé a rezar. «Hágase Tu voluntad y no la mía».

Era el mes de mayo de 1990. Iba en dirección al campus de la Universidad Howard de Washington, D.C., y alguien me dio un folleto. Todo lo que recuerdo del folleto es que aparecía la palabra «espiritual», y la dirección para asistir a una charla. Fui a la reunión a la hora prevista, esperando una respuesta a mis oraciones. Fue mi primer encuentro con el Instituto para la Tecnología Espiritual Aplicada, bajo la dirección de Bhakti Tirtha Swami.

Dos miembros de la dirección del Instituto dirigieron la charla. Hablaron de la conciencia y del alma espiritual de un modo que atrajo mi atención. Fue una tarde satisfactoria e informativa, y yo supe que tenía que regresar. A partir de entonces asistí a todas las charlas.

Unas semanas después, me enteré que Bhakti Tirtha Swami dirigiría una de las charlas. Habló de la fatiga de los dirigentes con un maravilloso talento espiritual. El tema era tan intrigante que pronto sentí un sabor de «algo más». La siguiente semana habló sobre la solución de conflictos, de nuevo con el mismo talento espiritual. Me sentía intrigada porque unos años atrás, cuando vivía en Nueva York, quise organizar talleres de crecimiento y desarrollo personal fundamentados en lo espiritual. Aquí había algo que llenaba mi vaso vacío.

Cada nueva reunión me parecía más informativa que la anterior. También descubrí que las reuniones ofrecían algo superior que cualquier charla o taller a los que había asistido. Bhakti Tirtha Swami respondía a todas las preguntas con conocimiento y comprensión. Pasadas unas semanas, se fue de viaje a África y los miembros de la dirección volvieron a encargarse de las charlas.

Una tarde uno de los dirigentes afirmó: «Dios es una persona». Eso hizo que retrajera. ¿Una persona? ¿Dios? Pero como me sentía predispuesta a aprender de estas personas, acepté la información.

Durante la siguiente charla, alguien de la audiencia preguntó si el organizador de la reunión era Hare Krishna, y respondió que sí. Bueno, mi mente se disparó. ¿Qué es un Hare Krishna? ¿En qué me estaba metiendo? Todo el trayecto de regreso a casa estuve haciéndome un sinnúmero de preguntas. ¿Para qué me había traído Dios hasta allí? Yo confiaba en Dios y decidí continuar yendo a las charlas.

Una reunión importante

Con el tiempo, uno de los miembros de la dirección me recomendó que me entrevistara con Bhakti Tirtha Swami. Me sorprendió que alguien con tanto conocimiento y tantas ocupaciones se tomara el tiempo para hablar conmigo. Cuando nos reunimos, sentí que podía hablar con toda confianza. Le hablé de mis experiencias en la comunidad y otros logros espirituales. Él me escuchó atentamente.

A final de la reunión me dijo: «Dios sabe lo que hay en su corazón».

Esas palabras me gustaron, pues él se dio cuenta de que lo que yo deseaba era conocer a Dios. También sugirió que en vez de creer que mi experiencia en Uganda fue incompleta, pensara que fue un paso necesario en aquel momento. Era el momento de avanzar hacia una nueva experiencia.

Después me informó que se estaban consolidando los objetivos del Instituto en Washington, D.C., y que él creía que yo podía tener un importante papel en dichos objetivos. Yo podía ser de ayuda.

Bhakti Tirtha Swami mantenía una política de puertas abiertas en el Instituto. Y eso me ayudó. Yo todavía tenía una buena carga de ideas de las que liberarme. Él procuró que yo fuera comprendiendo los conceptos paso a paso, sin precipitaciones.

En aquella época comprendí que mi búsqueda me había llevado hasta Bhakti Tirtha Swami y la conciencia de Krishna. Ahora empecé a aprender cómo ser de utilidad. Siempre había servicios que hacer. A mí me encantaba reunirme con la gente que iba a visitar a Bhakti Tirtha Swami después de asistir a sus clases o escucharle hablar en la radio o en la televisión, y estaba empezando a disfrutar las conversaciones sobre los conceptos que enseñaba la filosofía de la conciencia de Krishna.

El día 3 de octubre de 1990, Bhakti Tirtha Swami partió hacia África. En la puerta de embarque me dio una rosa y dijo que yo era una figura materna del Instituto. A finales del mes cumplí los sesenta y cuatro años. Estaba dando comienzo a una nueva vida con una nueva familia y un amoroso cabeza de familia, y me sentía agradecida.

Mientras Bhakti Tirtha Swami estuvo de viaje, me involucré más en las actividades del Instituto. Me uní a la unidad de asesoramiento y asistí al curso de facilitador, en el que devotos antiguos enseñaban la filosofía de la conciencia de Krishna. Me pidieron que participara en la sesión dedicada al asesoramiento espiritual.

Momento de decisiones

En marzo de 1991, Bhakti Tirtha Swami regresó de África, y pasadas unas semanas, empezó a organizar las ceremonias de iniciación. Yo estaba convencida de que necesitaba un maestro espiritual. Sabía que Bhakti Tirtha Swami me quería y que se preocupaba de mi crecimiento espiritual. Sus enseñanzas me animaban a esforzarme en pos de una conciencia espiritual más amplia. Era consciente de que yo le respetaba y me preocupaba por él. Sentí que era el maestro y guía que sería capaz de satisfacer los deseos de mi corazón: sentir y conocer a Dios con mi cuerpo actual. Y sin embargo, ¿estaba preparada para dar el último paso?

Mi mente se aceleró. Había tantas cosas que desconocía. Quizá debiera esperar hasta saberme todas las oraciones en sánscrito. Tampoco sé ofrecer mis alimentos adecuadamente. Decidí que necesitaba más tiempo. Llamé al Instituto para que borraran mi nombre de la lista de iniciados y para sorpresa mía fue Bhakti Tirtha Swami quien respondió al teléfono. Le expresé mis dudas y él escuchó. Me dijo que algunas de mis preocupaciones eran de naturaleza externa, y que las capacitaciones para recibir la iniciación se basaban en un fuerte deseo de servir a Dios. Quizá yo no estaba totalmente decidida, dijo. Cuando colgó, me di cuenta del mucho tiempo que me había dedicado, pero que era yo quien debía tomar la decisión.

Sentí como si ya hubiera pasado por esta misma experiencia antes y no fui capaz de finalizar el viaje. Esa noche fui incapaz de descansar. Al día siguiente, fui a la reunión que Bhakti Tirtha Swami hizo para los candidatos a ser iniciados. Después de la reunión, le pedí que no borrasen mi nombre. Me sentía dispuesta a comprometerme.

El día 4 de mayo de 1991, acepté la iniciación de Bhakti Tirtha Swami y recibí el nombre Indrani Devi Dasi (sierva de la reina madre de los semidioses). Mientras ofrecía mi respeto en público a mi maestro espiritual, tuve la convicción de que él me había situado donde mi alma deseaba estar desde hacía tanto tiempo. Él había «abierto mis oscurecidos ojos y había llenado mi corazón con conocimiento» de verdad.

Después de la iniciación mis servicios aumentaron considerablemente. El Instituto para la Tecnología Espiritual Aplicada crecía sin parar. Bhakti Tirtha Swami daba charlas en Washington, D.C., en Maryland y en Virginia. La gente acudía a sus clases los domingos por la tarde. También venían a las clases de Bhagavad-gita, a las clases de meditación y a las de formación. Yo, esforzándome para comprender el servicio devocional, transcribía las cintas de las charlas de Bhakti Tirtha Swami. Organicé y publiqué un boletín informativo y organicé la lista de contactos del Instituto. Me reunía, recibía agente, animaba y asesoraba. Me di cuenta de que muchos de los profesionales maduros que acudían debido a que Bhakti Tirtha Swami les había llegado al alma, habían estado muchos años dedicados a la búsqueda espiritual, al igual que yo. Así que me era fácil comprenderlos, animarlos y compartir con ellos.

Modelo y héroe

Bhakti Tirtha Swami siempre hablaba de su maestro espiritual, Srila Prabhupada, y siempre le alababa antes de cada charla. Los días que dedicábamos a la conmemoración del nacimiento y fallecimiento de Srila Prabhupada, nos reuníamos en el Instituto para leer acerca de él y escuchar sus charlas. Sentí una cierta conexión con Srila Prabhupada cuando escuché lo relacionado con sus problemas de corazón. Me animó mucho escuchar cómo empezó su trabajo en América a una edad tan avanzada, así como escuchar las narraciones de los padecimientos que tuvo que afrontar hasta que creó la asociación. Escuchar los relatos sobre sus relaciones con los jóvenes me dio los ánimos necesarios para estudiar y compartir la conciencia de Krishna.

De hecho, Srila Prabhupada es para mí un modelo y un héroe porque yo llegué a la conciencia de Krishna a una edad avanzada y me relaciono sobre todo con devotos jóvenes. Cuando el trabajo se intensifica, especialmente en lo relacionado con el esfuerzo físico, yo le oro a Srila Prabhupada para que me dé fuerzas. También le doy las gracias a Krishna porque veo Su mano guiándome a través de toda clase de experiencias hasta llegar a Él.

Después de nueve años de servicio en el Instituto, en junio de 1999 me trasladé a la comunidad agrícola Gita Nagari en Port Royal, Pennsylvania. A medida que avanza mi edad el cuerpo envejece y se ralentiza. Sin embargo, hay todavía muchas cosas que agradecer. Ahora me encuentro en un lugar donde no es posible olvidar ni por un instante a Krishna, la Suprema Personalidad de Dios. Estoy muy cerca de Sus Señorías Radha-Damodara. Y estoy más cerca de la naturaleza que nunca en toda mi vida. Cada día puedo escuchar todo tipo de clases. Dispongo del tiempo necesario cada mañana para rezar mis vueltas de rosario. Veo a las vacas pastar y a los pavos reales correr con sus hermosas colas abiertas. En las noches despejadas es posible ver todo el cielo lleno de estrellas. Las noches de luna llena son fascinantes.

Los devotos de la finca son muy trabajadores, devocionales y atentos. Sé que he recibido la oportunidad de continuar sirviendo a otro nivel y la de continuar rezando de salida de este mundo material cuando llegue mi hora.

 

Fuente: Back To Godhead © 2001

 

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