Traducido del sánscrito por Hridayananda Dasa Goswami
Los mayores héroes del mundo se reúnen en el opulento reino de los Panchalas, esperando conseguir como esposa a Draupadi.
El sabio Vaisampayana narra la historia de los Pandavas a su bisnieto el Rey Janamejaya. A continuación, vemos a los Pandavas que, disfrazados de brahmanas, se dirigen al reino del rey Drupada, cuya hija, Draupadi, seleccionará esposo durante una ceremonia que recibe el nombre de svayamvara.
Los cinco hermanos Pandavas, tigres entre los hombres, se pusieron en camino para ver a Draupadi y el festival divino. Junto con su madre, se reunieron en el camino con muchos brahmanas que también se dirigían al festival acompañados de sus seguidores.
Los brahmanas les dijeron a los Pandavas, que iban disfrazados de estudiantes brahmínicos célibes:
―Amigos brahmanas, ¿dónde van y de dónde vienen?
―Oh, santos, que han visto al Señor ―replicó Yudhisthira Maharaja―, sepan que nosotros procedemos de Ekachakra y nos acompaña nuestra madre.
―Deben dirigirse de inmediato al palacio del rey Drupada, en la tierra de Panchala. Allí se va a realizar una gran ceremonia svayamavara y el rey entregará una fortuna en caridad. Nosotros también nos dirigimos a ese lugar, juntos en grupo. Allí se celebrará un asombroso y magnífico festival.
―La hija de esa gran alma, Drupada, nació de un altar sagrado, y sus ojos son como pétalos de loto. Es una dama delicada y joven. Es la hermana de Dhristadyumna, el enemigo de Drona que nació con armadura, espada, flechas y arco. Dhristadyumna tiene brazos poderosos y nació en medio de la hoguera en llamas de un sacrificio. Reluce como el fuego.
―Su hermana recibe los nombres de Draupadi y Krishnaa, y la figura de esa muchacha de delgada cintura no tiene defecto alguno. Su cuerpo emana la fragancia del loto azul que se propaga en la distancia. La hija del rey Drupada está preparando con vehemencia su svayamvara, y nosotros nos dirigimos hacia allí para verla y participar en el divino festival. Se reunirán príncipes y princesas, grandes almas fijas en sus votos, de costumbres limpias, y generosos para con los brahmanas, pues todos ellos han estudiado los Vedas de manos de sacerdotes eruditos. Reyes jóvenes y hermosos de muchos países se reunirán, grandes luchadores de cuadriga que dominan sus armas.
―Los reyes que se reúnen allí, esperando la bendición de la victoria, distribuirán a todos los que vayan toda clase de regalos, incluidas piedras preciosas y monedas, así como vacas y cereales. Una vez hayamos recibido esa caridad, visto el svayamavara y disfrutado del festival, nos dirigiremos allá donde deseemos.
―Actores, juglares, bailarines, luchadores vigorosos y narradores de leyendas e historias vendrán desde distintos países. Así, cuando hayan participado y visto el fantástico acto y recibido caridad, ustedes, grandes almas, podrán regresar con nosotros hasta su lugar de origen. Y, ¿quién sabe?, cuando Draupadi Krishnaa los vea allí tan guapos, bienparecidos como dioses, ¡a lo mejor elige como esposo a alguno de ustedes! Este hermano suyo es muy atractivo y sus brazos son enormes. ¡Si se pone a luchar, podría ganar un gran premio!
―Sí, señores ―respondió Yudhisthira Maharaja―, los acompañaremos para ver ese fantástico y destacado festival, en el que la joven princesa elegirá su príncipe.
Llegada al reino de Drupada
Mi querido Janamejaya, los Pandavas, invitados por los brahmanas, se unieron a ellos en dirección al reino de Panchala, regido por el rey Drupada. A lo largo del camino, oh rey, los Pandavas se encontraron con Dvaipayana Vyasa, la gran y pura alma impecable. Después de honrarle de la manera adecuada y después de recibir su aliento y consuelo, estuvieron hablando durante algún tiempo, y después, con su permiso, continuaron su camino hacia el reino de Drupada.
Los grandes guerreros viajaban a su aire y montaban su campamento donde encontraban hermosos lagos y bosques. Aprovecharon el tiempo para estudiar los textos védicos y mantener una estricta limpieza, y de ese modo sus mentes eran afables y sus palabras afectuosas y gratas. Con el tiempo, los príncipes Kuru llegaron a la tierra de los Panchalas.
Los Pandavas, después de avistar la ciudad y el palacio del rey, fueron a vivir a la casa de un alfarero adoptando las actividades de los brahmanas, recogiendo limosnas para mantenerse. Tan bien actuaron que nadie en toda la ciudad sospechó que habían llegado a la ciudad aquellos grandes héroes.
Ahora bien, el deseo de Drupada siempre había sido el de poder entregar su hija a Arjuna, pero nunca hizo público su deseo. El rey de Panchala, en sus intentos por encontrar a los hijos de Kunti, había ordenado la fabricación de un fuerte arco y la colocación de un artefacto que estaba suspendido en el aire, dentro del artefacto el rey había colocado un blanco dorado.
El rey Drupada dijo:
―Aquel que pueda tensar este arco y con el arco y las flechas sea capaz de disparar a través del artefacto suspendido y acertar al blanco, ganará la mano de mi hija.
El rey Drupada hizo que se proclamara este mensaje por todas partes (sabedor de que el único capaz de superar la prueba era Arjuna). Todos los reyes del mundo, después de escuchar el desafío del monarca, se dirigieron a la ciudad de Drupada. También vinieron los sabios santos, deseosos de contemplar el svayamvara, así como todos los príncipes Kuru, dirigidos por Duryodhana y acompañado por su amigo íntimo Karna, para conseguir la mano de Draupadi.
Riqueza del anfiteatro
Vinieron eminentes brahmanas de muchos países y el rey Drupada los recibió y honró a todos, como hiciera con las masas de reyes. Las multitudes locales gritaban como un mar agitado mientras los reyes forasteros llegaban a la hermosa ciudad y se preparaban para el acto.
Al noreste de la ciudad, sobre una porción de terreno llano y santificado, refulgía un soberbio coliseo con mucho esplendor, dispuesto con suntuosas tribunas por todos lados. Sobre la arena se extendía un dosel policromo; la plaza estaba protegida por una muralla y un foso lleno de agua. El lugar estaba adornado con altísimas portaladas, cientos de instrumentos musicales llenaban la atmósfera con sus melodías, el ambiente estaba cargado con riquísimos aromas de aloe y agua de sándalo y coloridas guirnaldas florales añadían su brillo a la belleza del espectáculo.
Los pabellones palaciegos que se erguían alrededor del coliseo estaban excelentemente construidos y eran de tal altura que parecían rasgar los cielos como el pico del Monte Kailasa. Los pabellones estaban cubiertos de enrejados dorados con incrustaciones de piedras preciosas. El acceso a las gradas altas era cómodo y los asientos estaban guarnecidos con telas imposibles de encontrar en los pueblos corrientes, pues las telas y alfombras eran tan blancas como cisnes y perfumadas con el aloe más fino que perfumaba el aire de los alrededores hasta la distancia. Había cien amplios pórticos de entrada, amueblados con exquisitos asientos y sofás hechos de valiosos metales, similares a las cimas de los Himalayas. Todos los reyes, suntuosamente vestidos, tomaron sus asientos en los distintos niveles del pabellón, compitiendo los unos con los otros en posición y prestigio.
Los ciudadanos del país y la ciudad vieron que aquellos poderosos guerreros eran reyes parecidos a leones, feroces en la batalla y exquisitamente amables con los que buscaban su amparo. En verdad, los reyes eran queridos por todos sus súbditos por sus buenas y piadosas obras, y los afortunados reyes, perfumados con colonia de aloe negro, gobernaban sus territorios con santa guía y servían devotamente a los brahmanas. Los ciudadanos vieron con satisfacción a la casta princesa Draupadi, y tomaron asiento en las opulentas gradas.
Los Pandavas se sentaron junto con los brahmanas y contemplaron la opulencia sin igual del rey de Panchala. La reunión fue aumentando día a día, y llegó a ser magnífica. Se ofrecieron joyas en caridad, mientras actores profesionales y bailarines actuaban.
Llegada de Draupadi
Había una bellísima y enorme reunión cuando, el día dieciséis, llegó el momento de la llegada de Draupadi. Con su cuerpo recién bañado y adornado con todas las joyas más finas, tomó la copa destinada al héroe vencedor, dorada y delicadamente concebida, y descendió a la arena. En ese instante, el sacerdote real de los Panchalas, un brahmana puro, entendido en el canto de mantras, extendió la hierba sagrada y alimentó el fuego del sacrificio con oblaciones de mantequilla clarificada. Todo se llevó a cabo de manera precisa según la costumbre antigua.
El sacerdote real, una vez saciado el fuego del rito y los brahmanas, invocadas las bendiciones sobre la asamblea, pidió a los músicos que callaran. Cuando se hizo el silencio, Dhristadyumna se dirigió al centro de la arena, y con una voz grave y profunda como el trueno retumbando entre las nubes, pronunció estas palabras gentiles y cargadas de significado:
―¡Que me oigan todos los reyes! Este es el arco, estas las flechas y ahí está el blanco. Con sólo cinco flechas tienen que enviar una flecha a través del orificio de ese artefacto mecánico y dar en el blanco.
―Mi hermana Krishnaa, declaro en verdad, se convertirá hoy en la esposa del hombre dotado de noble linaje, belleza y fuerza, capaz de realizar esta difícil prueba.
El hijo de Drupada, después de dirigirse a los reyes, regresó al lugar donde estaba su hermana y empezó a recitarle, de forma que todos pudieran escuchar, el nombre, linaje y hechos de cada uno de los monarcas reunidos.
Dhristadyumna (después de recitar la lista) dijo:
―Estos y muchos otros reyes de muchos países, todos famosos gobernantes en este mundo, han venido hasta aquí buscando tu mano, hermosa mujer. Estos poderosos hombres tratarán de dar en el difícil blanco por ti. Si uno de ellos da en el blanco, buena mujer, le elegirás como esposo.
Los jóvenes y orgullosos reyes
Después de estas palabras, los jóvenes reyes, engalanados con joyas y zarcillos, se adelantaron, desafiándose los unos a los otros, cada uno de ellos convencido de que su fuerza y habilidad en el uso de las armas descansaba en él, cada uno de ellos animado por el orgullo mundano. (Oídas las palabras de Dhristadyumna) todos se irguieron orgullosamente de sus asientos (clamando que ellos serían los que cumplirían el desafío).
Su orgullo era extraordinario, pues cada rey poseía belleza, valor, linaje y juventud, y forzados por tal orgullo enloquecieron como los poderosos elefantes de los Himalayas. Se desafiaban y miraban entre ellos, con sus fuertes cuerpos henchidos de osadía. Fanfarroneaban: «¡Draupadi es para mí!», desde sus asientos.
Aquellos guerreros reunidos en la arena ansiaban ganar la mano de la hija de Drupada, al igual que los dioses se reunieron en una ocasión para ganar la mano de Uma, hija del monte rey. Los miembros de los reyes fueron saeteados por las flechas de Cupido, pues sus corazones ya le pertenecían a Draupadi. En pos de Draupadi se dirigieron al centro del estadio, e incluso aquellos reyes que antes habían sido amigos ahora se amenazaban como rivales hostiles.
En ese instante, llegaron los dioses en sus aeronaves. Rudras, Vasus, Adityas, Maruts, los gemelos Asvinis y todos los Sadhyas, todos llegaron acaudillados por Yamaraja, el señor de la justicia, y Kuvera, el regente del tesoro celestial.
Después llegaron los Daityas, los sabios divinos, las grandes serpientes y aves, los Guhyakas y Charanas, Narada, Parvata, Visvavasu, y los principales Gandharvas con sus parejas, las Apsaras.
También se encontraban presentes el Señor Balarama y el Señor Krishna, y los dirigentes de las dinastías Vrisni y Andhaka. Los grandes hombres de la dinastía Yadu, dispuestos a cumplir las órdenes de Krishna, miraron cuidadosamente el recinto. El Señor Krishna en persona, el héroe de los Yadus, descubrió a cinco hombres vestidos como renunciantes y cubiertos con cenizas como si de fuegos de sacrificio se tratara. Los cinco parecían fuertes y alerta como vigorosos elefantes enrojecidos en la estación de su furia.
El Señor Krishna reflexionó profundamente (pues era el único que conocía la identidad de los cinco) y calladamente le dijo al Señor Balarama:
―Ahí está Yudhisthira, y también Bhima, Arjuna, y los heroicos gemelos.
El Señor Balarama dirigió hacia ellos Su mirada y, después, con mirada alegre dirigió Sus ojos hacia Krishna, conocido como Janardana.
Había muchos más reyes, con sus hijos y nietos, y todos ellos habían entregado sus ojos, mentes y personalidad a Draupadi. Mientras la admiraban caminando por la arena, sus caras enrojecieron y se mordieron los labios. Los reyes estaban dispuestos a luchar por ella. Y lo mismo ocurría con los tres hijos de Pritha, de poderosos brazos, y los dos vigorosos gemelos. todos ellos fueron golpeados por las flechas de Cupido.
El cielo sobre el estadio se llenó de Asuras, Gandharvas, sabios divinos, Siddhas místicos y aves y serpientes celestiales. Por todas partes podían olerse las esencias celestiales. Flores procedentes de los collares de los dioses caían por todas partes flotando en el aire. El poderoso sonido de los tambores resonaba profundamente. Y el cielo estaba inundado de aeronaves vibrando con el sonido de flautas, vinas y címbalos.
El arco aniquilador del orgullo
A continuación, todos los reyes se adelantaron de uno en uno, esperando conseguir a Draupadi, pero aun empleando todas sus fuerzas fueron incapaces de tensar el arco de acero. Aunque hicieron uso de todas sus fuerzas, el poderoso arco cimbreaba y arrojaba a los reyes al suelo, donde yacían desdichados moviendo sus miembros ante la multitud. Fue así como su orgullo se quebró en mil pedazos.
Karna, el mejor de los arqueros, observando a los reyes, se adelantó. Levantando el arco con presteza, lo tensó y montó las flechas.
Los hijos de Pandu, viendo al Suta (Karna era hijo de un conductor de carros, hijo de Suta), con el arco entre las manos, consideraron que el espléndido blanco ya estaba ensartado y venido al suelo.
Karna era hijo del Sol, y aventajaba al Fuego, la Luna y el Sol. Dominado por la pasión había hecho el voto de conseguir a Draupadi.
Draupadi, al ver que tensaba el arco dijo las siguientes palabras:
―¡No elegiré al hijo de un conductor de carros!
Karna, mirando al sol con una sonrisa iracunda, dejó a un lado el arco.
Entonces en medio de la asamblea de hombres confusos, cuando todos los reyes habían cesado sus votos y gritos, Arjuna, hijo de Kunti, se adelantó y tensó el arco colocando una flecha.
Fuente: Back To Godhead © 1996
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