Traducido del sánscrito por Hridayananda Dasa Gosvami

Arjuna sorprende a su madre al regresar con su prometida.   

El sabio Vaisampayana está contando al rey Janamejaya la historia de sus bisabuelos, los Pandavas. El Mahabharata continúa con el regreso de Arjuna al taller del alfarero en que los Pandavas y su madre han estado viviendo, disfrazados de brahmanas. Arjuna acaba de conquistar la mano de Draupadi en una competición entre príncipes.

Kunti, la madre de los Pandavas, solo sabía que sus hijos habían salido, como de costumbre, a pedir limosna, y que no habían regresado cuando debían. Kunti se imaginaba toda clase de calamidades que pudieran haberles ocurrido. «Oro porque los hijos de Dhritarashtra no les hayan descubierto y no les hayan matado, pues mis hijos son los mejores de los Kurus. ¿No habrán caído en una emboscada de los horribles rakshasas, que tienen poderes místicos y nunca perdonan a un enemigo? Pero la gran alma Vyasa ha declarado que mis hijos lograrían la victoria. ¿Puede estar equivocada su conclusión?».

Llena de cariño por sus hijos, Pritha estuvo muy preocupada por ellos hasta el atardecer, cuando regresó Jishnu Arjuna. Como el brillante sol rodeado de nubes, vino rodeado de brahmanas, que guardan la Verdad Absoluta en su interior.

Bhima y Arjuna, los excelsos hijos de Pritha, los más hermosos entre los hombres, regresaron al taller del alfarero radiantes de júbilo. Al ver a Kunti en casa, la llamaron, bromeando acerca de Draupadi:

―¡Mira que limosna hemos traído!

Kunti estaba dentro del taller y, sin mirar a sus hijos, contestó:

―Lo que sea, disfrútenlo todos juntos.

Al ver que habían traído a una muchacha, Kunti gritó:

―¡Oh, que horrible cosa he dicho! ―Azorada y temerosa de cometer un acto irreligioso, Kunti tomó de la mano a la bienaventurada Draupadi y fue a ver a Yudhishthira―.

―Tus dos hermanos menores me han traído a la hija menor del rey Drupada y yo, distraída, hijo mío, les dije como de costumbre: «¡Repartan entre todos lo que hayan traido!». ¡Oh, el mejor de los Kurus! ¿Cómo puede quedar sin cumplirse lo que he dicho [pues yo no puedo mentir]? Y, al mismo tiempo, ¿cómo evitar que el pecado cubra a la intachable hija del rey de Pañcala?

Yudhishthira, un rey de tremenda habilidad, pensó en el tema durante un tiempo. Después, haciendo todo lo que pudo por animar a Kunti, el valeroso Kuru dijo a Dhanañjaya Arjuna:

―Tú has conquistado a Draupadi, ¡oh, Pandava!, y es a ti a quien satisfará la princesa. Ahora es el momento de encender el fuego sagrado y de hacer las ofrendas. Debes tomar su mano legítimamente.

Arjuna dijo:

―No me impongas un acto irreligioso, rey mío. Lo que propones no es la virtud que la gente busca. Tú, como hermano mayor, te casarás primero, y después de ti, se casará Bhima, el de proezas inconcebibles. El siguiente soy yo, y después de mí se casará Nakula, y tras él Sahadeva, el hijo de Madri. Vrikodara Bhima, los gemelos, esta muchacha y yo, ¡oh, rey!, somos todos tus subordinados. Siendo así, debes estudiar atentamente la situación y hacer lo que deba hacerse para realzar nuestra virtud y nuestra buena reputación. Tus actos, además, deben ser del agrado de Drupada, el rey de Pañcala. Puedes ordenarnos como desees, pues todos estamos dispuestos a obedecerte.

Los Pandavas miraron entonces a la gloriosa Draupadi, que estaba en pie ante ellos, y se sentaron, observándose unos a otros, llevándola a ella en el corazón. Los Pandavas eran todos hombres de inconmensurable vigor. Cuanto más miraban a la doncella Krishna, más profundo se hacía el amor de sus corazones, que acabó por dominar por completo sus ojos, sus oídos y todos sus sentidos. El creador del mundo había diseñado personalmente el muy atractivo cuerpo de la princesa de Pañcala, y todas las criaturas quedaban encantadas de su gracia, pues era más hermosa que las demás mujeres.

Yudhishthira se dio cuenta de que todos los Pandavas estaban absortos en pensar en la hermosa forma de Draupadi, y recordó que su abuelo Dvaipayana Vyasa les había hablado de su próximo matrimonio. El rey dijo entonces a sus hermanos:

―Para evitar el serio peligro de la desunión entre nosotros, Draupadi, la de corazón puro, se casará con todos nosotros.

Los Pandavas pensaron en la instrucción de su hermano, el hijo mayor de Pandu. En lo profundo de su mente, meditaron en el sentido y propósito de su decisión. De ese modo, aquellos guerreros, los más capaces entre todos, simplemente guardaron silencio.

Krishna visita a los Pandavas

Mientras tanto, el héroe Vrishni, el Señor Krishna, sospechando de la identidad de los héroes Kurus, y acompañado de Balarama, fue al taller del alfarero a visitar a aquellos hombres valientes.

Al llegar allí, Krishna y Balarama vieron a Yudhishthira, el de brazos largos y anchos, sentado, libre de odio, y rodeado por sus hermanos, que eran brillantes como el fuego. Acercándose a Yudhishthira, el más distinguido entre los hombres religiosos, el Señor Krishna, conocido con el nombre de Vasudeva, tocó con afecto los pies del honesto rey Kuru y dijo:

―Yo soy Krishna.

También Sri Balarama tocó los pies de Yudhishthira, y los príncipes Kuru dieron la bienvenida a Krishna y a Balarama. Los dos líderes Yadu tocaron también los pies de su tía Kunti, la hermana de su padre.

El rey Yudhishthira, que no veía a nadie como enemigo, se interesó entonces por el Señor Krishna. Revelando su propia situación, preguntó:

―Querido Krishna, nosotros hemos estado viviendo aquí disfrazados. ¿Cómo has sabido quiénes somos?

El Señor Krishna sonrió y contestó:

―El fuego, aunque esté cubierto, se puede ver, ¡oh, rey! ¿Quién más que los nobles hijos de Pandu podrían, de entre todos los hombres, realizar semejantes hazañas? Gracias al cielo, ustedes, los Pandavas, se salvaron de aquel incendio y, gracias al cielo, ni Duryodhana, el pecaminoso hijo de Dhritarashtra, ni su ministro, pudieron completar su plan. Benditos sean todos ustedes, de forma que crezcan y prosperen incluso mientras viven ocultos, brillando como un fuego que arde sin vacilar. Ahora regresaremos a nuestro campamento, de modo que nadie descubra quiénes son.

Tras recibir permiso del mayor de los Pandavas para marcharse, Sri Krishna, cuya opulencia es inagotable, partió rápidamente con Su hermano, Sri Baladeva.

Dhristadyumna lo escucha todo

Dhrishtadyumna, el príncipe de Pañcala, había seguido a Bhima y a Arjuna a su regreso al taller del alfarero. Ocultando a sus hombres en los alrededores, se escondió cerca del taller, sin que nadie notase su presencia.

Al caer la noche, Arjuna, los poderosos gemelos y Bhima, el perseguidor de enemigos, dieron, muy contentos, a Yudhishthira las limosnas que habían mendigado. En el momento adecuado, la generosa Kunti dijo a la hija de Drupada:

―Ahora, dulce muchacha, toma la primera parte de lo recogido y ofrécela al Señor Supremo. Después, da limosna a un brahmana erudito. Y da también algo a todo el que desee comida en este vecindario. Después, divide rápidamente el resto. Una mitad repártela entre los cuatro hermanos, tú y yo, y la otra mitad, buena mujer, dásela a Bhima. Es ese hijo mío que parece un toro bravo. Ese joven moreno es de constitución muy fuerte, y es nuestro héroe, pero siempre come muchísimo.

La alegría de su corazón hizo brillar la belleza de la princesa. Acatando las palabras de Kunti sin titubear, la santa y joven novia hizo exactamente lo que se le pidió. Y todos ellos comieron.

Sahadeva, el experto hijo de Madri, extendió por el suelo una capa de hierba kusa, y todos los héroes extendieron sobre ella sus pieles de ciervo para dormir en el suelo. Los hombres se acostaron con la cabeza en la dirección bendecida por el sabio Agastya [el sur]. Kunti estaba frente a ellos, y Draupadi se acostó donde ellos tenían los pies. La princesa se acostó en el suelo con los hijos de Pandu, como una almohada para sus pies. Pero en el corazón no se sentía desdichada, ni pensó mal de aquellos príncipes, los más destacados de los Kurus.

Mientras estaban allí acostados, comenzaron a charlar. Los poderosos héroes contaban historias maravillosas de ejércitos y gobiernos, de armas divinas, de cuadrigas y elefantes, espadas, mazas y hachas mortales. Y, mientras ellos contaban sus historias, Dhrishtadyumna, el príncipe de Pañcala, les escuchó, y sus hombres vieron a su princesa, que dormía allí sin ninguna de las comodidades a las que estaba acostumbrada.

Dhrishtadyumna, el hijo del rey Drupada, ansioso de contar a su padre con todo detalle todo lo que los Pandavas y las mujeres habían dicho y hecho aquella noche, corrió de regreso a su palacio.

Drupada escucha el informe

El rey de Pañcala parecía preocupado y alterado, pues no conocía la identidad de los Pandavas, a quienes había entregado su querida hija. Tan pronto como su hijo regresó, el excelso monarca le preguntó:

―¿Dónde ha ido mi hija Krishna, y quién se la ha llevado? ¿Es la princesa ahora propiedad de un hombre de baja clase? ¿Está en manos de un paria? ¿O acaso sirve a un mercader pagador de impuestos? ¿Me han puesto un pie sobre la cabeza? ¿Ha caído la guirnalda real sobre el suelo impuro en que se queman los cuerpos? ¿O está en un hombre distinguido, de rango real? ¿Acaso era un brahmana, de rango todavía superior? ¿No es, ¡oh, hijo mío!, que el hombre que se ha llevado a Krishna me ha golpeado en la cabeza con su pie izquierdo, de baja clase? ¿O puedo soñar que los hijos de Pandu viven todavía y que ahora estoy unido a los mejores de los hombres? ¡Dime la verdad! ¿Quién era aquel hombre poderoso que se ha ganado el derecho a mi hija?

―Vicitravirya fue un héroe de gran talla entre los Kurus. ¿Es posible que todavía queden descendientes de su familia? ¿Fue acaso el hijo más joven de Pritha quien empuñó hoy el arco y acertó en el blanco?

Entonces, el Príncipe Dhrishtadyumna, la joya cimera de Pañcala, contó a su padre con entusiasmo lo que había ocurrido y quién se había llevado a Draupadi:

―Fue aquel joven de grandes ojos del color del cobre quien, vestido de piel de ciervo, hermoso como los dioses, tensó el más fino de los arcos e hizo caer a tierra el blanco. Y, sin entretenerse, se marchó rápidamente, mientras los mejores de los brahmanas le alababan constantemente en todas direcciones. Se marchó a grandes pasos, como Indra, el portador del rayo, asistido por todos los dioses y videntes, cruzando a grandes pasos por entre los demoníacos hijos de Diti.

―Con Draupadi tomada del extremo de su piel de ciervo, parecía un poderoso elefante seguido por su jubilosa pareja. Todos los reyes estaban furiosos e indignados, y le atacaron mientras se iba. Pero, en medio de aquellos monarcas, apareció otro hombre, que, arrancando un enorme árbol, firmemente implantado en la tierra, con enorme furia echó de allí a todos aquellos ejércitos de reyes, y les persiguió como la muerte persigue a todo el que respira. Y, ante la vista de todos los reyes, aquellos dos hombres extraordinarios, brillando como el sol y la luna, se llevaron a Krishna y partieron.

―Salieron de la ciudad, hasta el taller de un alfarero. Allí vi a una mujer, brillante como las llamas de un fuego. Supongo que es su madre. Cerca de ella, otros tres hombres poderosos que parecían ser de la misma familia. También ellos brillaban como el fuego.

―Al llegar del estadio, los dos hombres presentaron sus respetos a los pies de la mujer, e invitaron a Draupadi a hacer lo mismo. Entonces presentaron a Draupadi a los demás, y salieron todos juntos a pedir limosna. Tan pronto como regresaron, Draupadi miró lo que habían recogido, hizo una ofrenda al Señor y dio de comer a los brahmanas. Con lo que sobró esperó a la mujer mayor y a aquellos hombres heroicos, les sirvió de comer, y solo entonces comió ella. Los hombres, entonces, se acostaron a dormir, y Draupadi se tendió como una almohada para sus pies. Su cama estaba hecha de pieles de ciervo extendidas sobre hierba darbha, y, de alguna forma, parecía adecuada para la ocasión.

―Comenzaron a contar historias. Tenían la voz tan profunda y fuerte como nubes del juicio final. ¡Y qué historias contaban! No eran las historias que contaría cualquier comerciante o cualquier obrero; y tampoco los brahmanas hablarían como aquellos héroes. Por el modo en que hablaban acerca de las batallas y la guerra, no cabe duda de que son guerreros muy importantes, ¡oh, rey!

―Está claro que nuestra gran esperanza se va a cumplir, pues hemos sabido que los hijos de Pritha se salvaron del incendio. Por la fuerza con que aquel poderoso joven tensó el arco y acertó en el blanco, y por el modo en que hablaban entre sí, estoy seguro de que son los Pandavas que viajan disfrazados.

 

 

Fuente: Back To Godhead © 1996

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