Traducido del sánscrito
por Hridayananda Dasa Gosvami

Los gobernantes del mundo llegan para asistir a un sacrificio que solamente un emperador de todo el mundo podía realizar.

El sabio Vaisampayana narra la historia de los Pandavas a su bisnieto, el rey Janamejaya. A medida que la narración progresa, el Pandava Yudhisthira, emperador del mundo, se prepara para la celebración del gran sacrificio denominado Rajasuya. [Versión resumida de la traducción original.]

Yudhisthira fue un rey virtuoso y, debido a que protegía a sus súbditos, manteniendo cuidadosamente la verdad y destruyendo a sus enemigos, todas las criaturas vivían en libertad de cumplir con sus deberes. Cobraba los tributos debidos y, como reinó de manera equilibrada siguiendo los principios religiosos, Parjanya (el semidiós Indra, controlador de la lluvia) hacía que lloviera en la medida de los deseos de la gente, que así prosperaba. Todos los esfuerzos prosperaron, en especial el comercio, la agricultura y la protección de las vacas, y todo ello vino a ser así gracias a las buenas obras del rey.

Jamás se pronunciaron falsas palabras sobre el rey, ni de labios de los ladrones, ni de los chismosos, ni de aquellos que recibieron regalos reales. Mientras reinó el virtuoso Yudhistira, no se conocieron sequías, inundaciones, epidemias o vendavales. Los reyes, uno tras otro, se acercaron a él, con ninguna otra intención que ofrecerle tributos de manera espontánea, para poder estar cerca de él y actuar para su satisfacción. Con tanto cúmulo de riqueza legítima, Sus depósitos de bienes crecieron tanto que no habrían mermado ni en cientos de años. Ese rey y señor de la tierra, el hijo de Kunti, advirtiendo la vastedad de sus tesoros y graneros, pensó firmemente en el sacrificio.

Todos sus queridos amigos, individualmente y en grupo, le dijeron, «Oh, todopoderoso, es el momento de ofrecer un sacrifico. Que se lleve a cabo de manera adecuada aquí». Mientras se encontraban pronunciando estas palabras llegó el Señor Krishna, aquel sabio primigenio, el alma de los Vedas y de todo conocimiento, aquel que es el objeto de la visión de los que conocen y comprenden la verdad. El Señor Krishna es el mejor de entre todos los seres móviles e inmóviles, pues Él es la fuente original y la destrucción del mundo, el señor de todo los que ha existido, lo que existirá y lo que está existiendo en el presente. Él es el Señor Keshava, que de niño liquidó al demonio Keshi. Él es el baluarte de todos los Vrishnis y, en momentos de peligro, Él es quien otorga la intrepidez y destruye al enemigo. El Señor Krishna, después de presentarse ante su padre, Vasudeva, y confiarle el mando de Su ejército, aquel tigre entre los hombres, había reunido una enorme suma de riquezas diversas para entregárselas a Yudhisthira y se había dirigido allí rodeado por una fuerza militar impresionante.

El Señor anunció que era portador de un conjunto ilimitado de riquezas en forma de un océano inagotable de gemas y, a continuación, entre el sonido de las rodantes cuadrigas penetró en aquella excelente ciudad como si fuera el sol apareciendo en un cielo oscurecido, o como si fuera el viento en un paisaje calmo.

Cuando Krishna llegó, la ciudad de Bharata se alegró. El rey Yudhisthira, con sumo placer, se adelantó para recibirle y honrarle de acuerdo con la costumbre y para preguntarles sobre su bienestar.

Cuando Krishna estuvo cómodamente instalado, el rey Yudhisthira, un toro entre los hombres, junto con Dhaumya, Dvaipayana Vyasa y otros sacerdotes, y también en compañía de sus hermanos Bhima, Arjuna, y los gemelos, le dijo a Krishna:

—Es gracias a Tus acciones, oh, hijo de Vrishni, que todo el mundo se encuentra en la actualidad sometido a mi, y es por Tu misericordia que se ha reunido tanta riqueza. Oh, hijo de Devaki, oh, Madhava, en verdad es mi deseo dedicar todo lo que poseo al fuego del sacrificio, entregándolo todo a los mejores de entre los dos veces nacidos, los brahmanas. Oh, Dasarha, de poderosos brazos, deseo pues ofrecer un sacrificio en unión contigo y mis jóvenes hermanos. Permíteme afectuosamente, oh, Govinda, oh, Señor de poderosos brazos, iniciarte en el rito, pues cuando Tú hayas llevado a cabo el sacrificio, sin duda alguna me habré liberado de todos los pecados. O, si así te place, todopoderoso, dame permiso a mi y a mis hermanos, y así, con Tu consentimiento, Krishna, llevaré a cabo este gran sacrificio.

—Oh, rey de los tigres —replicó el Señor Krishna, después de alabar cumplidamente todas las buenas cualidades del rey—, solamente tú eres digno de ser el emperador. Tú has de realizar este gran sacrificio, pues cuando lo realices habremos cumplido con nuestro deber. Ofrece este sacrifico que tanto deseas realizar, ahora que estoy aquí para ayudarte. Y, por favor, ocúpame, pues deseo cumplir todas tus órdenes.

—Querido Krishna —respondió el rey Yudhisthira—, mi decisión es ahora un éxito y mi perfección está asegurada, pues Tú, Hrisikesa, te encuentras entre nosotros, como es nuestro mayor deseo.

Así, con el permiso de Krishna y la ayuda de sus hermanos, el Pandava Yudhisthira se dispuso a celebrar el sacrificio Rajasuya.

El rey Yudhisthira, capaz de aplastar a sus enemigos, ordenó a Sahadeva, el mejor de entre los luchadores, y a todos los ministros reales: «Que se reúnan los hombres y traigan todos los instrumentos para el sacrificio prescritos por los brahmanas para esta ceremonia, junto con todos los pertrechos y artículos de buen augurio. Y que traigan los ingredientes necesarios para este rito supremo tan pronto como el sacerdote real Dhaumya los solicite. Los hombres deberán proveer de todo lo necesario en el orden debido como se requiera. A modo de favor especial, que Indrasena, Visoka y el conductor de la cuadriga de Arjuna, Puru, traigan cereales y legumbres y otros productos alimenticios. Noble Kuru, todos los elementos deseables desbordantes de sabor y fragancia, seductores de la mente y agradables al corazón se acumularán para los brahmanas, los dos veces nacidos».

Aún no habían dejado de sonar tales palabras cuando Sahadeva, el mejor de los combatientes, informó al virtuoso rey de magna alma que todo estaba ya dispuesto.

Sacerdotes excelsos

Oh, rey, Dvaipayana Vyasa reunió a continuación a los oficiantes reales del sacrificio –todos almas excelsas y brahmanas dos veces nacidos— y pareció que estuviera reuniendo a los Vedas en persona. Aquel hijo de Satyavati actuó como el sacerdote brahma de Yudhisthira, y Susama, el mejor de los Dhananjayas, como el sacerdote sama-ga [y cantó el Sama Veda]. El brahmana superlativo llamado Yajnavalkya fue un excelente sacerdote adhvaryu, y el hijo de Vasu, Paila, fue el sacerdote hota, junto con [el sacerdote real de los Pandavas] Dhaumya.

Oh, toro de los Bharatas, todos los discípulos e hijos de estos oficiantes eran también maestros de los Vedas y de los suplementos védicos, y tales discípulos e hijos formaron a su vez grupos de sacerdotes para el sacrificio. Todos los sacerdotes, dispuestos al canto de las plegarias dedicadas a una ocasión feliz y de buen augurio, comenzaron las reglas del rito, como se describen en los libros originales, y así llevaron a cabo aquel gran sacrificio a Dios.

Artesanos autorizados se encargaron de la construcción de refugios y lugares de descanso para los invitados —amplias mansiones enjoyadas como las de los residentes del cielo.

Después, el rey, que era el mejor de entre los reyes y el Kuru más noble, ordenó a su ministro Sahadeva, «Envía con toda presteza rápidos mensajeros que entreguen las invitaciones».

En seguida, después de escuchar las órdenes del rey, Sahadeva envió a los mensajeros, diciendo, «Vayan a todos los reinos e inviten a todos los brahmanas y a todos los dirigentes de la tierra, junto con los respetables comerciantes y trabajadores. Tráiganlos a todos». Cumpliendo las órdenes de Yudhisthira, los mensajeros llevaron las invitaciones a todos los gobernantes del mundo, que a su vez invitaron a otros que eran dignos de participar.

Empieza el sacrificio

Oh, Bharata, en el momento propicio los eruditos brahmanas iniciaron al hijo de Kunti, Yudhisthira, en el majestuoso sacrificio Rajasuya. Yudhisthira, el rey de los principios religiosos, se acercó a continuación al recinto del sacrificio en medio de miles de brahmanas eruditos, sus hermanos y otros parientes, sus dilectos amigos y ministros, los guerreros reales que habían llegado de muchos países y sus consejeros reales, oh, señor de la humanidad. Aquel monarca glorioso procedió como el dios de la virtud encarnado. Desde muchas regiones distantes llegaron brahmanas conocedores de todas las ciencias, maestros de los Vedas y de los corolarios védicos. A la orden de Dharmaraja Yudhisthira, miles de diestros artesanos construyeron viviendas independientes para cada uno de los brahmanas y su séquito y dotaron cada residencia con abundantes provisiones, lechos y entretenimientos de todas las estaciones. Los brahmanas, así honrados, moraron en aquellas estancias, oh, rey, narrando muchas historias y contemplando a los actores y bailarines.

Los eruditos brahmanas se sentían felices [con sus instalaciones], y mientras aquellas grandes almas continuaron comiendo y conversando, se escuchó un firme clamor en su área residencial: «¡Acepten este regalo! ¡Acepten este regalo! ¡Por favor, vengan y coman! ¡Coman, por favor!» Tales sonidos eran constantemente escuchados mientras hablaban entre ellos. Oh, Bharata, el rey de la virtud entregó a cada brahmana cientos de miles de vacas y lechos, junto con oro y mujeres. Yudhisthira era un alma excelsa —un héroe extraordinario en la tierra, como lo es Indra en el cielo— y así fue como dio comienzo el sacrificio.

A continuación, oh, el mejor entre los Bharatas, el rey Yudhisthira envió al Pandava Nakula a Hastinapura para invitar a Bhisma, Drona, Dhritarastra, Vidura, Kripa y a todos sus primos hermanos que se sentían atraídos a Yudhisthira.

El Pandava Nakula se había enfrentado y dominado a sus enemigos en combate. Ahora viajó hasta Hastinapura e invitó a Bhisma y a Dhritarastra. Después de escuchar en detalle las noticias acerca del sacrificio de Yudhisthira, y conocido por ellos su importancia, todos partieron con corazones alegres, colocando en la cabeza de su delegación a los brahmanas. Y cientos de otros gobernantes llegaron, oh, tú, el mejor entre los hombres, con mentes satisfechas, ansiosos de ver a Yudhisthira y al gran recinto de reuniones. Oh, Bharata, los reyes llegaron desde todas partes trayendo consigo abundancia de tesoros.

La llegada de los grandes reyes

Allí estaban Dhritarastra, Bhisma, el noble Vidura y todos los hermanos encabezados por Duryodhana, junto con todos los monarcas que habían sido invitados con honores y que eran devotos de sus santos maestros. Se encontraba allí Subala, rey de Gandhara; el poderosísimo Sakuni; Achala; Vrisaska; Karna, aquel espléndido luchador de cuadriga; Ata; Salya, el rey de Madra; el maharatha Bahlika; Somadatta el Kauravya; Bhuri; Bhurisrava; Sala; Asvatthama; Kripa; Drona; y el rey saindhava, Jayadratha.

También estaba Yajnasena con su hijo, y Salva, uno de los señores con abundantes propiedades; y Bhagadatta, el reconocido gobernante de Pragjyotisa, que llegó acompañado de los incivilizados Mlecchas que moraban en las islas del océano. Y también estaban los reyes de las montañas y el rey Brihadbala.

Paundraka, que se llamaba a si mismo Vasudeva; Vanga y un príncipe de los Kalingas; Akarsa; Kuntala, el gobernante de Vanavasi; y los gobernantes del país Andhra. Llegaron los Dravidas, como también los Simhalas y el rey de Kasmira; Kuntibhoja, de gran esplendor, y el todopoderoso Suhma; los demás Bahlikas, que eran todos ellos héroes y reyes; Virata con sus hijos; el maharatha Machella; y muchos reyes y príncipes que regían distintos territorios. Oh, Bharata, el poderosísimo Sisupala, furioso por pelear, llegó con su hijo al sacrificio del hijo de Pandu. También estaban Rama y Aniruddha y Babhru con Sarana; Gada, Pradyumna, Samba, y el poderoso Charudesna; Ulmuka, Nisatha y el heroico hijo de Pradyumna; y todos los demás Vrishnis, cada uno de ellos un maharatha. Todos llegaron hasta allí. En verdad, estos y muchos más reyes nacidos en Madhya-desa llegaron al gran rito, el Rajasuya del hijo de Pandu.

Las moradas de la realeza

Oh, rey, a la orden de Yudhisthira sus hombres ofrecieron a toda la realeza visitante moradas dotadas de muchas habitaciones y apartamentos interiores con paisajes de árboles y lagos rectangulares. Yudhisthira ofreció honores sin precedentes a estos reyes, y después de recibir tan respetuosa bienvenida, los reyes se dirigieron a las residencias asignadas. Cada residencia se asemejaba a la cima del monte Kailas, agradable para la mente, bien abastecida y resguardada por altas paredes encaladas de perfecta construcción. Las residencias estaban también adornadas con celosías de oro, y los suelos relucían debido a las joyas incrustadas. Las escaleras ascendían construidas con escalones graduales, fáciles de subir, y las habitaciones se encontraban repletas de magníficos asientos y muebles. Las casas estaban cubiertas con coronas y guirnaldas, perfumadas con el mejor de los aloes. Aquellas mansiones, tan blancas como los cisnes relucientes, eran visibles desde doce o trece kilómetros.

Las residencias no se encontraban agrupadas entre sí, sus entradas y puertas mostraban una simetría confortable, y mostraban toda clase de adornos artesanos y artísticos. Las viviendas, decoradas en varios lugares con tierras minerales de colores, brillaban como las cimas de los Himalayas.

Cuando los reyes de la tierra descansaron y se reconfortaron, se dirigieron a Yudhisthira, el rey de la virtud, rodeado de muchos miembros de su sacrificio. Observaron su inclinación a recompensar de manera generosa a los que participaban en su sacrificio. Ahora, oh, rey, aquella sagrada asamblea, repleta de reyes y brahmanas de elevadas almas, brilló en verdad como la misma cima del cielo, repleta de los dioses inmortales.

 

 

Back To Godhead  © 1998

1 comentario


Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *