Traducido del sánscrito por Hridayananda Dasa Goswami
El rey Yudhisthira debe decidir quién recibirá los primeros honores en este gran sacrificio.
El sabio Vaisampayana narra la historia de los Pandavas a su bisnieto, el rey Janamejaya. A medida que progresa la narración, Vaisampayana describe el gran sacrificio Rajasuya del rey Yudhisthira, que en aquel momento era el emperador del mundo.
Yudhisthira se levantó para recibir a su abuelo Bhisma y a su maestro Drona, y después de recibirles de manera respetuosa, dirigió las siguientes palabras a Bhisma, Drona, Kripa, Asvattama, Duryodhana, y Vivimsati:
«En este sacrificio todos vosotros habréis de otorgarme vuestra misericordia, pues toda la riqueza que yo pueda poseer en este mundo es vuestra, como yo mismo. Así que todos vosotros, en la medida de vuestros deseos, por favor dadme ánimos en este proyecto sin límites algunos».
Después de hablar en estos términos, el primogénito de Pandu fue iniciado para el rito, y luego ocupó a todos sus invitados en sendos cometidos. A Duhsasana le confió la responsabilidad de los alimentos, y a Asvatthama le encargó de recibir a los brahmanas. Confió totalmente a Sanjaya la tarea de recibir a los reyes, y a los grandes sabios Bhisma y Drona les dio la tarea de juzgar lo que debía, o no, llevarse a cabo. El rey Yudhisthira hizo que Kripa se encargara de la inspección de las monedas, lingotes y joyas de oro, así como de la distribución de los regalos destinados a la clase sacerdotal y de la caridad en general. Del mismo modo asignó a otros hombres semejantes al tigre diferentes deberes.
Bajo la dirección de Nakula, Bahlika, Dhritarastra, Somadatta y Jayadratha disfrutaron como señores en sus propias mansiones. Vidura, versado en todos los principios, se encargó de pagar a todos los empleados requeridos que el estado necesitó para la ocasión, y Duryodhana recibió meticulosamente los preciosos regalos que trajeron los invitados.
Todo el mundo fue hasta allí, deseosos de disfrutar la última recompensa y ansiando contemplar la sala de recepciones y al rey Yudhisthira, el Pandava, rey de la virtud. No hubo nadie que no trajera un mínimo de mil regalos, y los respetuosos invitados enriquecieron con muchas joyas al Dharmaraja Yudhisthira. «¡Gracias a las joyas que le regale, Yudhisthira concluirá el sacrificio!» Con este ánimo, rivalizando entre ellos, los reyes entregaron riquezas a Yudhisthira.
Opulencia extraordinaria
El recinto del sacrificio de la gran alma Yudhisthira deslumbraba de esplendor. Los reyes del mundo disponían de mansiones protegidas por ejércitos cuyas paredes se elevaban coronadas por soberbias cúpulas y torreones palaciegos; las moradas de los brahmanas parecían ermitas celestiales, pues estaban dotadas de variadas joyas y riquezas supremas. Los monarcas recubiertos de riquezas excesivas embellecían aún más los terrenos del sacrificio.
Yudhisthira rivalizaba con el dios Varuna en magnificencia. Después de entregar abundantes regalos a los oficiantes, ofreció sacrificio por medio del rito de las seis llamas. Y satisfizo plenamente a todos los asistentes con suntuosos regalos que contentaron todos los deseos. Aquella vasta asamblea, provista de toda clase de alimentos, se llenó de personas que habían comido a su entera satisfacción y que recibieron adecuados regalos de gemas. A medida que los sabios iban realizando el sagrado rito, los semidioses también se sintieron satisfechos mientras los oficiantes los invocaban derramando manantiales de fresca mantequilla purificada sobre el fuego sagrado, al tiempo que sonaban de acompañamiento los bien pronunciados y entonados mantras. Y así como ocurrió con los semidioses, también los sabios brahmanas hallaron satisfacción debido a los regalos sacerdotales de alimentos y grandes riquezas. En verdad, todas las clases sociales hallaron satisfacción en aquel sacrificio, y se llenaron de dicha.
El Señor Krishna recibe la primera adoración
Después, durante el día más adecuado para el inicio, los brahmanas, todos los grandes sabios, entraron a los terrenos del sacrificio junto con los reyes para inaugurar el rito principal. Los sabios y los reyes, con Narada a la cabeza, se sentaron juntos en el sagrado recinto del excelso Yudhisthira. Todos parecían hermosos y espléndidos. Aquellos divinos sabios de inconmensurable poder, reunidos como las huestes de semidioses en la mansión del creador Brahma, se sentaron allí devotamente, y durante los intervalos de la celebración conversaban entre ellos.
—¡Así es como debe hacerse!
—¡No, no se hace así!
—¡Así se hace, y de ninguna otra manera!
Es así como la multitud de sabios pasaba su tiempo debatiendo. Algunos de ellos, sirviéndose de razonamientos fundamentados sólidamente en las escrituras, convertían argumentos flojos en irresistibles y argumentos convincentes en frágiles. En aquella reunión, sabios ilustres desbarataron argumentos bien fundamentados por otros sabios, como las águilas desgarran su presa aérea. Había sabios de grandes votos, los mejores de entre todos los sabedores de los Vedas, que disfrutaron narrando relatos enriquecidos tanto con principios religiosos como con provecho práctico.
El recinto del sacrificio, repleto de semidioses, brahmanas y nobles sabios, parecía el claro cielo repleto de estrellas. En verdad, en aquellos terrenos del sacrificio, en aquella residencia de Yudhisthira, no podía encontrarse un solo hombre inculto, ni nadie que hubiera roto un voto religioso.
El sabio Yudhisthira era el rey de la virtud, y la suerte de aquel afortunado hombre era fruto de la realización del sacrificio. El sabio Narada, al contemplar lo narrado, se sintió satisfecho. Oh, rey de hombres, mientras Narada contemplaba a todos los guerreros reales que se habían concentrado, se sumió en sus pensamientos. Recordó la conversación que había tenido lugar en la morada de Brahma, la misma conversación referente a la encarnación de expansiones de los semidioses apoderadas, así como de expansiones del Señor Supremo mismo. Comprendiendo que estaba contemplando una asamblea de semidioses, recordó al Señor de los ojos como flores de loto, el Señor Krishna, el poderoso Señor Narayana. El omnisciente conquistador de las ciudades de Sus enemigos y exterminador de los enemigos de sus agentes titulados, los semidioses, ahora y para cumplir Su promesa, había nacido como un príncipe de la tierra. Él no era otro que el hacedor de todas las criaturas, el mismo Señor que en el pasado había instruido a los semidioses, «Cuando los hayáis derrotado uno tras otros, recuperaréis vuestros mundos».
El Señor Krishna nació en la Casa de los Yadu, como el mejor de entre los aristócratas, en la dinastía de los Andhakas y Vrisnis. Refulgía con prosperidad suprema, como la luna, reina de las estrellas, brilla rodeada por ellas. Indra y el resto de semidioses adoraron la fuerza de Sus brazos, y ahora Él en persona se encontraba presente en la Tierra como si fuera un ser humano, derrotando a los enemigos del mundo.
«¡Qué hecho más extraordinario! El autosuficiente Señor en persona regenerará la orden real y todo su poder armado».
Así pensaba Narada, versado en la ley, comprendiendo que es el Señor, Narayana, quien debe ser adorado mediante todos los sacrificios. Y allí, en el magnífico recinto del sacrificio de Yudhisthira, el sabio rey de la justicia, permaneció el notable e inteligente Narada. Narada es el recipiente de muchos honores, pues es el mejor de entre los conocedores de la justicia.
A continuación, Bhisma le dijo Dharmaraja Yudhisthira:
—Oh, Bharata, haz que los valiosos reyes sena glorificados de manera conveniente. Las autoridades dicen, oh, Yudhisthira, que el rey, el maestro, el sacerdote, el familiar, el amigo querido y el brahmana que ha finalizado sus estudios, los seis son dignos de recibir honores con el regalo de arghya. Cuando las personas anteriormente citadas llegan de visita y residen con su huésped durante un año, entonces merecen dicha adoración. Estas personas se acercaron a nosotros hace ya tiempo. Oh, rey, haz que traigan el arghya y se lo ofrezcan de uno en uno; en verdad, haz que primeros se lo traigan al mejor de entre todos ellos, a aquel que sea digno de tal honor.
—Oh, abuelo, hijo de los Kurus —respondió Yudhistira—, por favor dime a quien consideras digno de recibir este virtuoso regalo que ahora traeremos.
En ese momento Bhisma, el hijo de Santanu, después de llegar a su deducción con penetrante inteligencia, concluyó que Krishna de la dinastía Vrisni era la persona más indicada para recibir honores de toda la tierra.
—Por Su esplendor, fuerza y hechos heroicos destaca entre todos los aquí reunidos, como el luminoso sol entre las estrellas. Es Krishna sin ninguna duda quien ha iluminado y deleitado esta asamblea, como el sol al aparecer en una región tenebrosa o la brisa que sopla en un paraje calmo.
Y así, contando con el permiso directo de Bhisma, el ardiente Sahadeva ofreció debidamente los honores supremos al Señor Krishna, que los aceptó, siguiendo los procedimientos narrados en las escrituras.
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Gracias hare krishna