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Arcana-siddhi Devi Dasi

Criar hijos conscientes de Krishna en nuestra cultura occidental es un reto, y cuando ellos crecen, a veces abandonan hasta las prácticas más básicas. Pero está en nuestras manos convertirnos en sus amigos, amarlos incondicionalmente, poner límites de acuerdo a su edad y rezar para que un día vuelvan a su morada eterna.

Mi marido y yo  nos sentamos en las gradas relucientes del estadio de baloncesto. La multitud, con sus mejores galas, esperaba impaciente. Mientras, los chicos y chicas se preparaban en fila en la entrada principal. Llevaban sus togas y birretes de color azul, listos para su graduación del Instituto.

Localicé a mi hijo, Narayana, de pie en la procesión. Me buscaba con su vista y cuando nuestras miradas se encontraron sonreímos. Sin darme cuenta, me encontré llorando. Mi marido me apretó la mano para consolarme.

Me invadieron recuerdos y emociones de los últimos diecisiete años cuidando a mi único hijo. Imágenes de su infancia aparecieron en mi mente: un bebé con cólicos que llora en su columpio. Un niño travieso que se escapa de su cuarto durante la hora de la siesta. Un niño con cara de ángel, con la cabeza rapada y dhoti naranja bailando al son de los címbalos y mridanga en el templo. Un niño sonámbulo vagando por el apartamento y yo despierta vigilando que no le pasase nada. Un estudiante de gurukula recitando versos de las escrituras Védicas. Un niño sensible que abraza a una cabrita en una granja de campo. Un niño asustado que viene a mi cama por la noche. Un niño triste y atemorizado que comienza el Instituto después de haber estado en el gurukula desde los cinco años, sentado solo en la cafetería, sin amigos y demasiado tímido como para hablar con nadie. Todas estas imágenes hacen que llore aún más, cuando recuerdo como sentía como mío su dolor y como quería protegerle a toda costa de las penurias de crecer en este mundo material.

Aún recuerdo esa noche en la que se desmayó en el jardín de al lado. Sus amigos, preocupados, nos llamaron. Cuando mi marido y yo llegamos, ya estaba consciente y despierto. Nos dijo que había ayunado todo el día y que una pizza en mal estado le había sentado mal. Quería creerle pero sabía que nos mentía. Al día siguiente admitió haber bebido alcohol.

Los retos de la paternidad

Criar hijos conscientes de Krishna en nuestra cultura occidental es un reto difícil. Se dice que hace falta un pueblo entero para criar a un niño. Desafortunadamente, muchos devotos no viven en comunidades aisladas y las influencias de la cultura dominante invaden nuestros ashrams, templos y comunidades.

Los padres Hare Krishna de mi generación eligieron ser devotos después de muchos años de vida materialista. Nuestros hijos, a pesar de haberse criado en un ambiente espiritual, muchas veces no han adquirido ese compromiso interno. Son capaces de seguir el camino de la conciencia de Krishna en la infancia sin problemas pero al llegar la adolescencia, muchos de ellos abandonan las prácticas más básicas.

Cualquier padre que haya criado a su hijo en un ambiente devocional se siento dolido y fracasado cuando ve como su hijo adolescente rechaza, ignora o desprecia las enseñanzas y prácticas devocionales. Nos sentimos fracasados porque somos conscientes de la advertencia de las escrituras Védicas; nadie debería volverse guru, profesor o padre a menos que podamos liberar a los que cuidamos del ciclo del nacimiento, la enfermedad, la vejez y la muerte; las principales miserias de este mundo material. Aún así, si hemos hecho todo lo que está en nuestras manos, podemos volcarnos en otras enseñanzas y ejemplos de las escrituras.

Por ejemplo, encontramos casos de padres ateos cuyo hijo es un devoto de Krishna y al mismo tiempo también hallamos padres conscientes de Krishna cuyo hijo se convierte en un ateo.

La historia de Citraketu

Si el papel de los padres es asistir a sus hijos en su progreso espiritual, los padres progresan también espiritualmente a través de sus hijos. Uno de los ejemplos más llamativos es el del rey Citraketu, contado en el Srimad-Bhagavatam. El rey Citraketu era un rey respetado, poderoso y rico. A pesar de todo, no tenía hijos. Todas sus mujeres eran estériles.

Viendo su angustia, el gran sabio Angira, visitó al rey y lo bendijo para que tuviese un hijo. Angira le dijo al rey que el niño se llamaría Harsha-shoka o “Felicidad-Aflicción”. El rey pensó que el niño se portaría bien y a veces sería travieso, como todos los niños, así que no prestó mucha atención al presagio del nombre.

Al poco tiempo, una de las mujeres del rey tuvo un bonito bebé. El rey, encantado con su nuevo hijo y con la madre del mismo, descuidó a sus otras mujeres y éstas se volvieron desgraciadas. Ofuscadas por la envidia, planearon envenenar al niño. Viendo a su hijo muerto, el rey se lamentaba desconsoladamente.

Si la historia se hubiese acabado aquí, el rey se habría consumido por la pérdida de su hijo. Pero Angira Muni, acompañado del sabio trascendental Narada Muni, se apareció al rey. Con sus poderes místicos, Narada llamó al alma espiritual que había dejado el cuerpo del muchacho. Obedeciendo esta orden, el alma entró de nuevo en el cuerpo del niño muerto. Gracias a la presencia del alma, el cuerpo recobró la vida, y Narada le pidió al niño que les hablase a sus padres, el rey y la reina.

“De acuerdo a los resultados de mis actividades fruitivas”, dijo el niño, “yo, la entidad viviente, transmigro de un cuerpo a otro, yendo a veces a las especies de los Semidioses, a las especies animales, vegetales y a veces a la especie humana. Por lo tanto, ¿en qué nacimiento fuisteis mi padre y mi madre? Nadie es en realidad mi padre y mi madre. ¿Cómo puedo aceptar a estas personas como mis padres?”.

A medida que el niño hablaba este conocimiento trascendental, el rey se dio cuenta de su error de percepción. Había estado pensando, “Este niño es mío, ha nacido para hacerme feliz”. Ahora el rey lo veía de otra manera. El alma espiritual que él pensaba que era su hijo estaba ocupando ese cuerpo de forma temporal. Ahora el monarca, libre de ilusión material y apego, pudo dirigir su amor al Señor, y se convirtió en alguien inmensamente feliz.

Para muchos de nosotros, las locuras adolescentes de nuestros hijos sirven para enseñarnos lecciones similares a la del rey Citraketu. Es bueno ver a nuestros hijos como nuestros “gurus” y estar abiertos a las lecciones que nos enseñan, especialmente sobre el apego y el desapego. En el undécimo canto del Srimad-Bhagavatam, un monje renunciado nos enseña cómo sacar enseñanzas espirituales de todos nuestros tropiezos en este mundo material. Describe a los veinticinco gurus que le han asistido en su viaje espiritual, incluyendo entre ellos a una paloma y a una prostituta.

De la paloma, el santo aprendió acerca del sufrimiento por el apego material. Observó a un macho de paloma relacionándose con los miembros de su familia. Cuando su compañera y sus pollitos fueron cazados en una red, el pájaro se apenó tanto que se desorientó y también cayó en la red.

De la prostituta, el monje aprendió una lección sobre el desapego. La prostituta buscaba  clientes una tarde. Con cada hombre que pasaba, la prostituta albergaba esperanzas de conseguir un cliente. Pero cuando llegó la noche y no consiguió ninguno, se sintió desesperanzada. Finalmente la prostituta se desapegó. Se dio cuenta de que no tenía que rebajarse para conseguir dinero. Se sintió llena de paz y su inclinación natural de amor al Supremo se despertó.

Emulando el ejemplo de la persona santa, nosotros deberíamos también buscar las lecciones espirituales en nuestro día a día. Nuestros hijos nos ofrecen muchas situaciones en las que tenemos que practicar desapego con mucho amor. La adolescencia es una etapa llena de estas oportunidades.

Hace unos años, tuve la suerte de hablar con algunos niños Hare Krishna que a día de hoy son adultos. Me contaron abiertamente sus dificultades en la época de la adolescencia y me garantizaban que sus hijos no se sentirían tan perdidos como ellos. Lo que me aconsejaron,  y esto es aplicable a cualquier padre de hijos adolescentes, es convertirte en el amigo de tus hijos y en aceptar y amar incondicionalmente. Me tomé su consejo en serio y a ello añadí dos ingredientes más: poner límites acordes a la edad del niño y rezar.

Respiré profundamente y, volviendo a la realidad, me sequé los ojos y enfoqué la cámara mientras escuchaba pronunciar el nombre de mi hijo. Otra instantánea más para añadir a las memorias de mi hijo. Sigo rezando por su despertar espiritual, para que un día se pueda graduar de este mundo material y vuelva a su morada eterna.

 

Arcana Siddhi devi dasi fue iniciada por Srila Prabhupada en 1976. Es licenciada en clínica social (LSCW). Actualmente reside en Ridge Sandy (Carolina del Norte) con su marido e hijo, y trabaja en una consulta privada.

 

 

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