Archana-siddhi Devi Dasi

Las enseñanzas del Bhagavad-gita nos permiten ver más allá de la aparente incertidumbre de la tragedia.

Recién había cumplido los once años cuando nuestra pequeña y aislada ciudad se vio sumida en el terror. Hacía tres días que había desaparecido Mary Kelly, cuando encontraron en el bosque su cuerpo mutilado, a un par de kilómetros de donde yo vivía. Abandonada la intensiva y frenética búsqueda, todo el mundo se mostraba aturdido, sumido en la incredulidad. La gente, en nuestra ciudad, raramente cerraba las puertas a menos que tuvieran que ausentarse durante un prolongado periodo de tiempo. Pero desde aquel día, nuestra familia empezó a colocar la cadena de seguridad de la puerta principal.

Aquella noche, mientras yacía bajo las sábanas, recité la misma oración que venía recitando desde que era pequeña.

«Padre, gracias por la noche y por la satisfactoria luz matutina, por el descanso y los alimentos y por el amoroso cuidado, y todo aquello que contribuye a que el mundo sea feliz. Ayúdanos a actuar de forma correcta, a ser buenos y amables con los demás. Amén».

Después añadí mis postdatas pertinentes: «Por favor, cuida de mi madre, de mi padre, de mis hermanos, de mis abuelos, tío y primos, y de todas las buenas personas del mundo».

Finalicé mi oración sintiéndome aún envuelta por un sentimiento de soledad, temor y dudas. Mientras el corazón me latía en el pecho, mis ojos recorrieron la oscuridad en busca de algún movimiento o anormalidad. Previamente, en los momentos de miedo, me consolaba con el pensamiento de un Dios todopoderoso y omnipresente, vigilando y protegiéndome. Los sucesos del día se habían encargado de hacer trizas esa imagen. Aunque no conocía muy bien a Mary Kelly, solíamos tomar el mismo autobús para ir a la escuela, paseábamos por los mismos pasillos y comíamos en la misma cafetería. ¿Por qué habría de protegerme Dios a mí y no a ella? Mi conclusión fue que las tragedias ocurrían al azar y yo era tan vulnerable como cualquier otra persona.

Me pasé toda la noche sin dormir, adormeciéndome sólo cuando apareció un rayo de luz matutina disipando la oscuridad. Una hora después la voz de mi padre se abrió paso entre mi pesado sueño, diciéndome que me preparara para ir al colegio. Pensé en quedarme en casa y no ir a la escuela, pero pronto deseché la idea, al darme cuenta que me quedaría sola durante todo el día en una casa vacía. Mareada, me arrastré fuera de las sábanas y me preparé para ir al colegio.

En el colegio seguimos nuestro horario de un día corriente. Queríamos olvidar lo ocurrido y tratar de recobrar una ilusión de seguridad y bienestar. Pero yo no podía olvidar. La muerte de Mary levantaba preguntas y dudas que me obsesionaban.

Trágica lotería

Para comprender lo ocurrido, comparé la tragedia personal a ganar un premio de la lotería. Ambas cosas se relacionaban con la fortuna del sorteo. Como nunca había ganado nada, pensé, quizá esa misma «mala» suerte me guarde de todo perjuicio. Esta enmarañada forma de pensar tranquilizó en cierta medida mi mente. Aún así, a lo largo de los años que siguieron a menudo me despertaba durante la noche imaginando siniestros en nuestra tranquila y oscura casa de las afueras. Yo ansiaba volver a sentir aquel sentimiento perdido de que Dios, los ángeles, o quienquiera que fuese, cuidaba de mí. Pero a lo largo de toda mi infancia, nunca regresó ese sentimiento de protección. En vez de ello mantuve una inestable tregua con la Dama de la Fortuna, que parecía sostener en sus manos mi destino. Más adelante, ya en la universidad, leí el Bhagavad-gita y aprendí la ley del karma, que dice que todo lo bueno o malo que nos trae nuestro camino es consecuencia de todo lo bueno o malo que hayamos hecho. Puesto que el alma es inmortal, el karma puede provenir incluso de hechos sucedidos en vidas anteriores.

A veces experimentamos las consecuencias de acciones pasadas en nuestra vida actual.

El enterarme de todo lo relacionado con el karma hizo que me cuestionara el papel de la fortuna en la vida. Empecé a considerar que mis propios actos pasados, buenos y malos, tendrían que mostrarse y yo recibiría lo que merecía. También se me ocurrió que lo que estaba haciendo ahora produciría algo con lo que tendría que vivir mañana. Esto me produjo un nuevo sentimiento de decisión. Me sentí más fuerte. Entonces sucedió algo que de nuevo estremeció mis sentimientos de seguridad.

¿Por qué Chuckie?

Una tarde fui a visitar a mi amigo Mark que vivía en un club de estudiantes. Estaba en uno de los pisos superiores jugando cartas con unos amigos, y yo estaba a punto de reunirme con ellos cuando de repente me vinieron ganas de preparar unos deberes. Tenía que entregarlos dentro de dos semanas, pero en vez de estar dando vueltas sin hacer nada, como solía hacer, regresé a la pequeña biblioteca que había en el piso superior para estudiar.

De pronto me sacudió el ensordecedor disparo de un arma de fuego, seguido de gritos: «¡Oh Dios mío! ¡Oh Dios mío! ¡Está muerto!»

Asustada, bajé los escalones. Un joven me impidió descender y me guió al exterior del edificio. Su única explicación es que había demasiada confusión y que lo mejor que podía hacer era regresar a mi dormitorio.

Mientras caminaba por la Avenida de la Universidad, las sirenas rompieron la tranquilidad de la tarde primaveral. Los vehículos policiales y una ambulancia se detuvieron ante el club de estudiantes. Sólo podía imaginar lo que había sucedido. ¿Sería alguien conocido? ¿Sería Mark? ¿Quién hizo el disparo y por qué? Mi mente regresó al momento en que encontraron el cuerpo de Mary Kelly en los bosques cercanos a mi casa. Esta vez, el disparo fatal se había producido a pocos metros.

Esa misma noche llamó Mark. Sentí un gran alivio al escuchar su voz. Me explicó que un estudiante, algo embriagado, estaba haciendo el tonto con un arma de cañones recortados. Sin pensar en si estaba cargada, apuntó a un chico llamado Chuckie y tiró del gatillo. Ante el horror y espanto de todos los presentes, el arma, disparada a tan solo medio metro de su rostro, le arrancó la cabeza a Chuckie.

Chuckie era amigo de ambos, y me sentí embargada por la tristeza y la incredulidad. A lo largo de los próximos días, mientras reflexionaba en la tragedia, recordé mis lecturas acerca del karma. Empecé a manifestar la firme convicción de que lo que había ocurrido no era tan sólo una serie azarosa de hechos sino algo que estaba siendo dirigido por alguna autoridad superior. Pero, ¿por qué Chuckie? ¿Por qué Mary? ¿Qué habían hecho para merecer tal destino? ¿Y por qué no yo?

El problema del mal

Pasaron algunos años, y permanecí insegura sobre los conflictivos papeles de la suerte y el karma. En una ocasión leí un libro escrito por Rabbi Harold Kushner titulado When Bad Things Happen To Good People (Cuando a la gente buena les suceden cosas malas). Él afirmaba que, aunque Dios creó el mundo y lo puso en movimiento, no tenía control sobre lo que sucedía. Dios es bueno, pero como no está directamente implicado, no podemos culparle de nuestros errores. De ese modo el Rabbi Kushner reconciliaba la existencia de Dios con los hechos trágicos que les ocurren a personas buenas e inocentes.

Mientras seguía mi estudio del Bhagavad-gita, empecé a entender que la conclusión Védica es muy diferente. El Señor no sólo pone la creación en marcha, sino que personalmente acompaña a cada entidad viviente durante su estancia en este mundo material para ayudarnos a rectificar la conciencia que nos ha separado de Él.

Krishna, en su forma de Paramatma (o Superalma) acompaña a cada ser vivo en este mundo situándose en sus corazones.

Krishna, Dios, nos crea para que le amemos. Pero el amor debe ser voluntario, por lo que también nos otorga libre albedrío para poder rechazarle si así lo deseamos. Cuando rechazamos a Dios, entramos en este mundo de la materia, donde prevalece el sufrimiento. Krishna, debido al amor que siente por cada uno de nosotros, nos guía de regreso a Su servicio. Utiliza las artes del karma, el sistema de premio y castigo, para ayudarnos a descifrar lo bueno de lo malo. A medida que nuestro deseo se adapta más a Sus deseos, Él personalmente se ocupa de nuestras vidas, guiándonos en nuestro viaje de regreso a Él. Krishna nos lo confirma en el Bhagavad-gita (18.66). Le dice a Arjuna que a medida que abandonamos otras ocupaciones y le servimos a Él de manera exclusiva, según Sus deseos, Él nos protegerá de todas las reacciones de nuestro karma pasado.

Quizá sí, quizá no

Regresemos a la explicación de Rabbi Kushner referente a las cosas «malas» que les suceden a las personas buenas, consideremos qué es malo y qué bueno, como ilustra el relato de un sabio agricultor chino.

Un día desapareció el caballo del agricultor.

Todos los vecinos exclamaron:

―¡Ah, qué desgracia!

El sabio agricultor respondió:

―Puede que sí o puede que no.

Al día siguiente regresó el caballo con tres caballos salvajes.

Ante este nuevo giro, los vecinos dijeron:

―¡Qué buena fortuna!

De nuevo el sabio agricultor respondió:

―Puede que sí o puede que no.

Los días siguientes, mientras el hijo del agricultor trataba de domar uno de los caballos salvajes, cayó del caballo y se rompió la pierna.

Los vecinos vinieron a consolar al agricultor:

―Oh, ¡qué terrible fortuna! Tu hijo se ha roto la pierna y no podrá trabajar.

Como en las otras ocasiones, el sabio agricultor simplemente respondió:

―Puede que sí o puede que no.

Poco tiempo después se declaró una guerra y el ejército vino a reclutar al hijo del agricultor. Gracias a su estado, le rechazaron.

Al enterarse el vecindario exclamó alegremente:

―¡Hay que ver que buena fortuna! ¡Gracias a que tu hijo se rompió la pierna, no tendrá que ir a la guerra!

De nuevo el sabio agricultor respondió:

―Puede que sí o puede que no.

Y así sigue la historia.

Este relato demuestra que nuestra limitada visión no nos permite una evaluación adecuada de lo que es en verdad bueno o malo en cualquier situación dada. A menos que seamos capaces de comprender el pasado, el presente y el futuro, ¿cómo podríamos entender las ramificaciones que se abren ante cualquier hecho en la vida de una persona? En el Bhagavad-gita aprendí que solamente Krishna es capaz de contemplar todo el conjunto y sólo Él conoce cual es nuestro verdadero interés a largo plazo. Sabedores de ello, los devotos del Señor avanzados e instruidos, no se muestran afectados por las dualidades del mundo material. Krishna le dice a Arjuna en el Bhagavad-gita (2.15) que aquella persona que no se perturba ni en la felicidad ni en la desdicha y que se muestra estable en cualquier condición es, en verdad, digna de alcanzar la liberación.

El Srimad-Bhagavatam nos ofrece muchos relatos de devotos instruidos que padecieron innumerables tribulaciones y reveses y, aún así, continuaron teniendo plena fe y amando al Señor. Un ejemplo lo tenemos en el gran rey Pariksit. Un brahmana joven e inexperto maldijo al santo Pariksit a que muriese en el plazo de siete días. El rey aceptó la maldición como parte del plan supremo del Señor. Como resultado, escuchó el Srimad-Bhagavatam durante los últimos siete días de su existencia. Cuando llegó la muerte, había alcanzado la autorrealización y partió hacia el mundo espiritual.

El gran emperador Pariksit Maharaja escuchó el Srimad-Bhagavatam completo de labios del sabio Sukadeva Gosvami.

Sin conocer el plan supremo del Señor, es posible que hubiésemos considerado el hecho como una tragedia ya que perdíamos un rey santo. Pero de hecho su muerte benefició no sólo al rey sino también a innumerables generaciones de lectores del Srimad-Bhagavatam.

Huir de la muerte

El Bhagavatam nos enseña a considerar la muerte y el sufrimiento desde una perspectiva más elevada. Aprendemos que, en nuestro estado original en el mundo espiritual, somos iluminados y totalmente felices, y que nunca morimos. Mientras aceptemos el mundo material como nuestro hogar y nos esforcemos por ser felices en él, nos estamos engañando a nosotros mismos. Pero Dios, nuestro todopoderoso y más querido amigo, lo organiza todo en nuestras vidas de modo que nos animemos a regresar a nuestro hogar espiritual. A pesar de ello, nos resistimos, y continuamos viviendo en cuerpos materiales porque albergamos deseos de disfrutar aparte del Señor. Y mientras vivamos en estos cuerpos materiales, la muerte nos acecha.

Si somos capaces de contemplar todo el alcance de nuestra existencia, podremos comprender el significado de cada incidente que nos acontece. Puesto que la mayoría carecemos de tal visión, necesitamos desarrollar nuestra fe en que el Señor Krishna lo organiza todo para nuestro beneficio último, aunque nos resulte difícil comprenderlo en la situación que atravesamos en un momento dado. Krishna le enseña a Arjuna en el Bhagavad-gita (18.57) que en todas las actividades no tenemos más que depender de Él y actuar totalmente bajo Su protección. Además, explica que esa voluntad de dependencia de Él ya es servicio devocional. Cuanto más profundicemos en esa disposición, más conscientes seremos de Él y nos daremos cuenta de que, eso que denominamos felicidad o desdicha, no es otra cosa que la misericordia del Señor.

Sin temor

Volverse consciente del Señor significa «sin temor». El mundo material recibe el nombre de kuntha, «lleno de ansiedad y temor» para la entidad viviente. Pero la morada del Señor recibe el nombre de Vaikuntha, «sin temor ni ansiedad».

La conciencia de Vaikuntha se va manifestando a medida que cantamos los nombres del Señor, siguiendo las recomendaciones dadas hace quinientos años por el Señor Krishna en persona en Su encarnación como el Señor Chaitanya. Cantando y orando el nombre del Señor, limpiamos nuestro corazón de las impurezas que no nos permiten comprender la verdad acerca del Señor y de nosotros mismos.

Gracias al canto y la oración he conseguido la fe en el plan del Señor en lo que a mí concierne, he recuperado aquel sentimiento de seguridad y protección que perdí durante mi infancia.

 

Back To Godhead © 2000

1 comentario

Responder a Juan Carlos Cancelar la respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *